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Actualizado: 11 de julio de 2025


¡El café en el cenador! ordenó la Marquesa. La había encontrado en un armario de la alcoba de su hermana Emma. Allí iba a dormir Edelmira. Salieron todos a la huerta, que era grande, rodeada, como el parque de los Ozores, de árboles altos y de espesa copa, que ocultaban al vecindario gran parte del recinto. Don Víctor, Paco y Edelmira corrían por los senderos allá lejos entre los árboles.

Meses después aún reían en la redacción de aquellas columnas de prosa espesa y mate que nadie había leído hasta el fin.

El gitano estaba sentado a los pies de la monja, con los codos sobre las rodillas de la joven; él sonreía con amor a aquella cabeza de ángel, y se prestaba a los caprichos infantiles de la monja, que tan pronto le echaba el pelo sobre la frente amplia y elevada, como se la descubría apartando su espesa cabellera.

De cuando en cuando se interrumpía, para tomar aliento, como si todavía hubiese de subir y bajar muchos escalones de la montaña por donde su relación nos conducía. Se pasaba la mano por la frente, por los ojos, mesaba hacia atrás de las sienes los rizos de la espesa cabellera un poco erizada por el polvo del viaje.

Era por dentro la casa blanca, como por fuera, y toda ella, salvo el colgadizo, tenía el piso cubierto por una alfombra espesa como de un negro dorado, que no llegaba nunca a negro, con dibujos menudos y fantásticos, de los que el del ancho borde no era el menos rico, rescatando la gravedad y monotonía que le hubiera venido sin ellos de aquella masa de color oscuro. ¡Gentes, carruajes, caballos!

Se hablaba en voz baja; se caminaba ahogando el ruido de los pasos; el palacete, tan alegre antes, parecía habitado ahora por sombras tristes y silenciosas. Desde la misma calle, no subía ningún ruido; una espesa capa de arena había sido extendida delante de la fachada para apagar las pisadas de los caballos y el rodar de los carruajes.

La ancha cara de mi tía revelaba la reflección alarmante de sus venas ahogadas por las ondas perezosas de una sangre espesa e inmóvil.

Y sumergió afectuosamente su mano en la espesa piel del Terranova, que parado sobre las patas de atrás, alargaba ya su formidable cabeza, entre mi plato y el de la señorita Margarita. No pude menos de observar con nuevo interés la fisonomía de esta mujer, y buscar en ella los signos exteriores de la poca sensibilidad de alma de que al parecer hace profesión.

Desde por la mañana esperaba el zaguán, de par en par abierto, y el suelo de los apriscos había sido alfombrado de paja fresca. De hora en hora exclamaba la gente: «Ahora están en Eyguières, ahora en el ParadónLuego, repentinamente, a la caída de la tarde, un grito general de ¡ahí están! y allá abajo, en lontananza, veíamos avanzar el rebaño envuelto en una espesa nube de polvo.

Cuando hubieron recorrido las cuadras tomaron el camino de los prados a campo traviesa, y descendieron hasta el río guarnecido, por entrambas orillas, de alisos, álamos y mimbreras, los cuales formaban a trechos una mata espesa por debajo de la cual corría oscuro y tétrico. El río Lora es uno de los menos caudalosos y al mismo tiempo de los más originales de España.

Palabra del Dia

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