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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Su pena sincera no era parte a ocultar la satisfacción que la embargaba por el feliz arreglo de su conflicto metálico en aquel día crítico. Cómo y de qué manera se había hecho el arreglo, ya lo diría más adelante, pues no era ocasión de importunarla con cosas que no le importaban... «¿Y el médico qué dice?». La excelente señora esperaba que la ceguera fuese una desazón de pocos días.
La vida había recobrado su curso regular, cicatrizando las heridas, reparando los desastres, amortiguando la amargura de las añoranzas. Ya no se conspiraba, se censuraba apenas; se esperaba. Finalmente, en un ángulo del salón había una mesa de juego para los hijos, y allí cuchicheaba, mientras se barajaban los naipes, el grupo joven, los representantes de lo porvenir, es decir, de lo desconocido.
En tan grave situación á todos aconsejaba moderación y prudencia, pues aun esperaba en la justicia y rectitud del Congreso de los Estados Unidos que no aprobaría las tendencias del partido imperialista, y escucharía la voz del almirante Dewey, que, como alto representante de América en estas islas, concertó y pactó conmigo y el pueblo filipino, el reconocimiento de nuestra Independencia.
Miss Darling, de la que creo que te he hablado en una carta y a quien no esperaba encontrar aquí... ¡Ah! ¿Conoces al personaje que la acompaña? preguntó Carlos a su vez, para ocultar su embarazo. Y Liette respondió sencillamente: Es el conde Raúl de Candore. La familia de Candore no se componía ya más que de Raúl y de su tío...
Dolly Winthrop fue la primera en adivinar que el anciano señor Macey, cuyo sillón había sido colocado delante de la puerta, esperaba que se tendría con él alguna atención particular, puesto que era demasiado viejo para asistir a la comida de bodas.
La suerte le esperaba todos los días á la puerta de su casa, para acompañarlo por el mundo, pero no le seguía hasta el interior de su hogar.
Pero al llegar á la casa esperaba á Lázaro una sorpresa que había de hacerle olvidar su discurso, á su tío y á la Fontana. Al entrar, ya cercano el día, encontró á doña Paz muy alborotada, á Salomé rondando la casa con luz, y á las dos tan coléricas y destempladas, que no pudo menos de reír á pesar del estado de su espíritu. ¡Gracias á Dios que viene usted!
Antonio Pérez, atendiendo á las virtudes que le distinguían y á los servicios que de él esperaba, y ahora recibía su fe y le acordaba protección contra los que le perseguían.
¡Ah! ¿Viene usted de parte de mi tío? ¡Cuánto me alegro!... Pero póngase, por Dios, el sombrero... No esperaba yo esa atención... Pues cuando usted guste... Lo peor es el baúl... no sé cómo lo hemos de llevar... Que se lo traiga un mozo hasta la posada, y de allí podrá marchar en un carro... El carretero es de satisfacción. Perfectamente... Vamos allá.
Pero aquí se ven latir las sienes y se siente correr la sangre bajo esa piel bronceada. La pérdida de este trabajo hubiera sido para mí una calamidad irreparable. Está destinado á la iglesia de San Remo y esta tarde fuí con mi hija para ver si ajustaba bien en el marco de piedra que allí lo espera. Me demoré más de lo que esperaba, cerró la noche y ya sabéis lo que sucedió después.
Palabra del Dia
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