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Te lo presento en la previsión de que falle el primero, lo que bien pudiera suceder. Vamos allá... Fortunata esperaba con ansia la exposición del segundo caso, pero Feijoo lo tomaba con calma, pues se quedó buen rato meditando, con el ceño fruncido y la vista fija en el suelo.

Mucho le daba qué pensar el singular estado en que su amiga se había puesto, y esperaba que le pasaría pronto, como otros toques semejantes aunque de diverso carácter. Largo tiempo estuvo desvelada, pensando en aquello y en otras cosas, y a eso de las doce, cuando en el dormitorio y en la casa toda reinaban el silencio y la paz, notó que Mauricia se levantaba.

Creí leer en sus facciones el paso fugitivo de un ligero enternecimiento; pero después, y a medida que se disipaban rápidamente las nubes del síncope, se volvía a encender la malicia de la mirada en sus pupilas todavía turbias, y me dijo en su tono ordinario: ¿Que a quién habéis de querer?... ¡Vaya, vaya! señorita Elena, ¿es usted sincera?... Creí que ese corazoncito era más pronto en conmoverse... y esperaba...

Sarto refunfuñó algo, pero lo esperaba, y en definitiva dio su aprobación a mi plan, animándose a medida que se acercaba la hora de realizarlo. También Tarlein se manifestó dispuesto a todo, aunque por estar enamorado arriesgaba más que Sarto. ¡Cuánto lo envidiaba yo!

Sólo faltaba Aurora, a quien Fortunata esperaba con ansia, y siempre que sentía pasos en la escalera, iba a la puerta para abrirle antes de que llamase. Por fin llegó la viuda de Fenelón, fatigadísima. Los encargos en aquel mes eran considerables; las bodas aristocráticas menudeaban, y la pobre Aurora no podía desenvolverse.

Antes de resolverme, en un asunto tan grave, quería comprobar que se trataba realmente de un gran amor. Esperaba usted eso... Y en caso...

Todas aquellas ideas y sentimientos las resumí en un libro que apareció bajo un nombre supuesto. Pocos meses después publiqué otro. Los dos tuvieron más resonancia que la que yo esperaba. En poco tiempo estuve a punto de ver trocada en celebridad la oscuridad en que estaba.

Miguel, que esperaba una revelación extraordinaria, algo monstruoso, digno de aquel pasado de locuras, no pudo contener su sorpresa: ¡Tu hijo! Ella movió la cabeza: «, mi hijo.» Y siguió hablando con los ojos bajos, siempre en un tono de penosa confesión.

»¡Qué horas las de aquella noche, Dios mío! ¡Y yo que, muy pocas antes, esperaba encontrar en ellas los más regalados sueños de mi vida! »¡Que pesara..., que midiera!... Y ¿en qué otra cosa que en pesar y en medir lo que mi madre quería, podía yo emplear aquellos siglos de tinieblas en la tortura de mi lecho?

Yo me apartaba de él lo más que podía, pero en el fondo de mi corazón resonaba este grito de gozo: «¡Me ha tenido en sus brazosEn el umbral de la puerta, el anciano médico salió a nuestro encuentro y nos tendió las manos diciendo: Marta está mejor, hijos míos, mejor de lo que esperaba. En el fondo de mi corazón resonaba este grito de gozo: «¡Me ha tenido en sus brazos