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»Sobre todo, mi querida Katie, no os fijéis en el dinero. Haced locuras, verdaderas locuras, es todo lo que os pidoEl día en que madama Norton recibía esta carta, corrió la noticia de la quiebra de cierto señor Garneville, gran especulador que no había tenido buen tacto, sintiendo la baja cuando debió sentir la alza.

Después que hubo terminado la partida, don Jorge se retiró con el joven especulador detrás de la puerta, y allí le dijo estas o parecidas palabras: Tomás, eres un buen muchacho, pero no sabes jugar ni por valor de un centavo; no lo pruebes otra vez si has de seguir mis consejos.

Su genio socarrón y maligno se había trocado en adusto y violento. Sin embargo, en los negocios no dió señales de faltarle la cordura. La rueda de la avaricia no se había gastado aún en su organismo. Verdad que la mayor parte de ellos marchaban por mismos. Además tenía consigo a Llera, cuyas dotes de especulador astuto y audaz habían llegado al apogeo.

Ya sabe usted que yo deseo servirle, pero como no soy el dueño... ¿A ver el frac? Respiró el joven, sonriose el corredor; tomó el atribulado cinco pesos, dio de ellos uno y firmó diez y seis, contento con el buen negocio que había hecho. Dentro de tres días vuelvo por ello. Adiós. Hasta pasado mañana. Hasta el año que viene. Y fuese cantando el especulador.

La duquesa de Requena había mejorado bastante en unos baños de Alemania, adonde su marido la había llevado. Desde que tenía hecho testamento a favor de su hijastra, éste la prodigaba extremados cuidados, sabiendo cuánto le importaba su vida. Los negocios del célebre especulador marchaban también prósperamente. La mina de Riosa se había comprado como él pretendía, al contado.

Así, el catalan es simultáneamente fenicio, italiano, godo, árabe y frances; pero en su tipo predominan los elementos italiano y frances. Y en efecto, el Catalan, cosmopolita y negociante por excelencia, tiene en alto grado la ardentía impresionable del Italiano, así como la chispa burlona y el espíritu especulador del Frances.

En poco tiempo llegó a ser el hombre de confianza del célebre especulador, el alma de la casa. Su laboriosidad humillaba a todos los demás empleados y de ella se servía Salabert para cargarlos de trabajo en horas excepcionales.

Un agente de cambio de sus amigos le hacía operaciones por 20.000 francos al mes; un pintor le compraba cuadros, un especulador enriquecido adquiría terrenos para ella. Servicios gratuitos, es verdad, pero ninguno dejaba de serle útil porque todos aspiraban a ser amados. A los impacientes que estrechaban demasiado el cerco, les enseñaba su casa: una casa de cristal.

Ugarte, que se estaba pasando la mayor parte del tiempo en el calabozo, me dijo que me enterara de quién podría hacer un agujero para escaparnos nosotros. Tenía dinero, y pagaría lo que fuese. Un marinero holandés de la tripulación de El Especulador, un barco pirata que dió mucho que hablar en su tiempo, entabló negociaciones con él, y se comprometió a cederle una mina después de terminada.

Pero en él germinaba y se desarrollaba quizá como en ningún otro de España. Poco a poco lo iba analizando, disecando mejor, penetraba hasta las últimas fibras, lo contemplaba en sus múltiples aspectos, y una vez convencido de que le reportaría ventajas, se lanzaba sobre él con rara y sorprendente audacia. Esto era lo que acerca de sus dotes de especulador había producido el engaño del públíco.