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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Nunca se han visto convertidores mas zelosos; unos á otros se perseguían con el mas fervoroso ahinco, escribian á Roma tomos enteros de calumnias, y se trataban de infieles y prevaricadores por un alma.
La fuerza del genio no se acaba con la juventud. Pero las dotes especiales que hacen más tarde ilustres a los hombres se revelan casi siempre entre los diecisiete y veintitrés años. Puede irse desarrollando poco a poco el talento poético; pero el que es poeta de veras, siempre lo mostrará de algún modo. Crabbe y Wordsworth, que descubrieron el genio tarde, escribían versos desde la niñez.
Había una mesa en cada esquina, y alrededor de todas curas y legos que hablaban, gesticulaban, iban y venían, insistían en pedir algo con temor de un desaire; los empleados, más tranquilos, fumaban o escribían, contestaban con monosílabos, y a veces no contestaban. Era una oficina como otra cualquiera con algo menos de malos modos y un poco más de hipocresía impasible y cruel.
Cerca de él, al alcance de su vista, había dos hombres que de pie y encorvados escribían en grandes libros puestos sobre pupitres de pino. ¿Qué traes tú por aquí? dijo uno de los escribientes al acercarse la mujer. ¿Cómo ha quedado Gasparón? preguntó el otro. Pues, ¡cómo ha de quedar! Manco. ¿Y a qué vienes? A cobrar.
La revolución había suprimido también los sueldos que sus padres y sus hermanos disfrutaban en la casa de Orleans. Los príncipes de esta familia escribían alguna vez a mi madre desde el destierro donde se encontraban, y mitigaban, sin duda, los dolores, recordando en las cartas los bellos días de su infancia.
El había corrido de los primeros á alistarse como voluntario: «Mary, soy soldado.» Y Mary había respondido: «Hace usted bien.» Se escribían de tarde en tarde breves cartas. Tenían cosas más importantes que hacer. El no poseía la hermosura y la fuerza del héroe, como los hermanos de lady Lewis.
La niña de Pasajes contestó con otra; se cambiaron después los retratos; por último, al cabo de dos meses, ya se escribían directamente. Por este tiempo el hijo del brigadier había cortado enteramente sus relaciones con la generala Bembo.
Venían de afuera muchos viajeros a ver el país: y luego escribían libros de muchas hojas, en que contaban la hermosura del palacio y el jardín, y lo de los naranjos, y lo de los peces, y lo de las rosas rojinegras; pero todos los libros decían que el ruiseñor era lo más maravilloso: y los poetas escribían versos al ruiseñor que vivía en un árbol del bosque, y cantaba a los pobres pescadores los cantos que les alegraban el corazón: hasta que el emperador vio los libros, y del contento que tenía le dio con el dedo tres vueltas a la punta de la barba, porque era mucho lo que celebraban su palacio y su jardín; pero cuando llegó adonde hablaban del ruiseñor: «¿Qué ruiseñor es éste, dijo, que yo nunca he oído hablar de él? ¡Parece que en los libros se aprende algo! ¡Y esta gente de mi palacio de porcelana, que me dice todos los días que yo no tengo nada que aprender! ¡Venga ahora mismo el mandarín mayor!» Y vino, saludando hasta el suelo, el mandarín mayor, con su túnica de seda azul celeste, de florones de oro. «¡Puh! ¡puh!» contestaba el mandarín, hinchando la cabeza, a todos los que le hablaban.
Y los estrangeros y los grandes empleados, obsequiados galantemente, escribían despues en sus viajes ó memorias que La Real y Pontificia Universidad de Sto.
Si escribían, escribían abogando por los derechos de los Indios y hacían llegar el grito de sus miserias hasta las lejanas gradas del Trono.
Palabra del Dia
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