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Actualizado: 25 de julio de 2025
La única diferencia estribaba en que Valls había sabido ganarlo igualmente con el genio activo de su raza, y ahora, diez años mayor que Jaime, tenía con qué atender desahogadamente a sus modestas necesidades de solterón. Todavía comerciaba de vez en cuando y hacía comisiones para amigos que le escribían desde puertos lejanos.
Lo mismo que los correligionarios de Rusia, los de Inglaterra se volvían también en contra del Príncipe, reprochándole que los hubiera abandonado. «La presencia de usted aquí es necesaria,» le escribían de Londres; «hace cuatro meses que le esperamos: ¿qué le impide venir? ¡Buen momento para que faltara usted a su palabra!... ¿O alguna nueva aventura lo retiene por allá?...»
Las noticias mejores de la historia de Persia se encuentran en esta obra: la cual está fundada en MSS. persas, i especialmente en las narraciones del cronista Tarik Mirkond. Teixeira fué quizás el único autor que puso los nombres estranjeros en la lengua castellana, tales como se escribian i pronunciaban: cosa que todos los historiadores españoles jamás hicieron.
De su pasado conservaba cierta veneración por los escritores. Por esto era amigo de Isidro desde que le conoció en casa de su vecina la señora Eusebia. Algunas veces recordaba su época de impresor. El no leía los papeles públicos, cuando de tarde en tarde iba a Madrid; pero creía que sus tiempos habían sido mejores, y que los que ahora escribían estaban muy por debajo de los que él había conocido.
Le traían del extranjero docenas de docenas de camisas, que muchas veces amarilleaban olvidadas, sin estrenar, en el fondo de los armarios. Los libreros de París enviábanle enormes paquetes de volúmenes recién publicados, y en vista de sus continuas demandas, escribían en la dirección una línea que don Horacio mostraba con burlona complacencia: «Mercader de libros.»
Entre los que escribían estaba Ojeda. Inclinado sobre un velador del jardín de invierno, iba llenando pliegos, lo mismo que en la víspera de la llegada a Tenerife. Pero ¡ay! su carta era ahora un trabajo literario y reflexivo. Los recuerdos venían a interrumpir su escritura, como la otra vez; pero estos recuerdos no evocaban dulce melancolía, sino vergüenza y remordimiento.
Para entenderse en los menesteres de la vida se escribían cartitas y en ellas se trataban de usted . "Asunción me ha pasado un recado diciéndome que vendrá a las ocho para llevarme al teatro. ¿Tiene usted inconveniente en que vaya?" escribía ella dejándole la carta sobre la mesa del despacho . "Puede usted ir adonde guste" respondía él por el mismo procedimiento . "¿Qué platos quiere usted para mañana? ¿Le gusta a usted la lengua en escarlata?"
Pero advierto a usted que antes de creer en esto hay que aclarar algunos puntos obscuros. Durante el tiempo en que, según usted, estuvo el Príncipe en Zurich por motivos políticos, le escribían de Rusia, de Inglaterra, de todas partes, cartas en que lo llamaban, le reprochaban que descuidara la causa, lo acusaban de tibieza y casi de infamia.
Yo llevaba las cartas que se escribían. ¡Qué cartas más divinas, Adriana! No comprendía yo que pudiese Laura expresarse tan bien.
Los terrapleneros hacían montañas de tierra, donde sepultaban los cadáveres: los mexicanos ponían sus templos en la cumbre de unas pirámides muy altas: los peruanos tenían su «chulpa» de piedra que era una torre ancha por arriba, como un puño de bastón: en la isla de Cerdeña hay unos torreones que llaman «nuragh», que nadie sabe de qué pueblo eran; y los egipcios levantaron con piedras enormes sus pirámides, y con el pórfido más duro hicieron sus obeliscos famosos, donde escribían su historia con los signos que llaman «jeroglíficos».
Palabra del Dia
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