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Actualizado: 6 de julio de 2025
Dió un grito á los marineros que trabajaban en la limpieza: «¿Dónde está don Antonio? ¡A ver: uno que le llame!» ¡Don Antòni!... ¡don Antòni! contestó una fila de voces de la popa á la proa, mientras el tío Caragòl asomaba la cabeza á la puerta de sus dominios. Surgió don Antòni por una escotilla. Estaba revisando todo el buque antes de despedirse de su capitán.
La tripulación, cinco hombres y un muchacho, cenó después de la maniobra de salida, y una vez rebañado el humeante caldero, en el que hundían su mendrugo con marinera fraternidad desde el patrón al grumete, desaparecieron por la escotilla todos los libres de servicio, para reposar sobre la dura colchoneta, con los vientres hinchados de vino y zumo de sandía.
Recalde, que forcejeaba para abrir la escotilla de popa, llegó a conseguirlo y desapareció por ella. ¿Se puede andar por ahí? le preguntamos. Sí, hay agua; pero se puede andar. Bajamos los tres y registramos el camarote principal, la despensa y la bodega, anegados. No encontramos nada; solamente Zelayeta halló un devocionario en francés, impreso en Quimper, que se lo guardó.
Antonio se deslizó por la escotilla, esperando encontrarlo en la cala. Se hundió en agua hasta la rodilla: el mar la había inundado. ¿Pero quién pensaba en esto? Buscó a tientas en el reducido y oscuro espacio, sin encontrar más que el tonel de agua y los aparejos de repuesto. Volvió a cubierta como un loco. ¡El chico! ¡El chico!... ¡Mi Antoñico!
Porque los compañeros de armas del valiente Santiago, que se apretujaban los unos contra los otros, al oír aquel ruido imprevisto, se aproximaron tan bruscamente a él, que el desgraciado héroe fue precipitado por la escotilla que tenía a sus pies, y desapareció.
Si se cierra, romperán la puerta. Entonces, la dejamos abierta. Sí; dejadla abierta, y dejad abierta la escotilla. Nosotros, adentro. Desde la sobrecámara pudimos presenciar el alboroto del barco. Los chinos, sobre todo, armaban una algarabía infernal. Nissen recordó que el doctor Cornelius tenía guardado en su armario un alambique.
Desafinan endiabladamente respondió Zeli. Bien pronto el humo, de negro que era, se convirtió en rojo vivo y por fin cedió el sitio a una columna de llamas, que, elevándose en torbellinos de la escotilla principal, proyectó sobre las aguas un largo reflejo de color de sangre. ¡¡Hurra!! gritaron los del brick.
De vez en cuando tirón y arriba un pez, que se revolvía y brillaba como estaño animado. Pero eran piezas menudas... nada. Y así pasaron las horas; la barca siempre adelante, tan pronto acostada sobre las olas como saltando, hasta enseñar su panza roja. Hacía calor, y Antoñico escurríase por la escotilla para beber del tonel de agua metido en la estrecha cala.
Pero he aquí que ¡por todos los santos del paraíso! mientras que estáis agarrados a la borda, se abre de pronto una escotilla y os encontráis frente a la nariz con una docena de anchos esmeriles cargados hasta la boca de balas, clavos y lingotes que, como usted puede suponer, hacen un fuego del infierno y matan por lo menos a las tres cuartas partes de sus hombres.
Es que... se sublevaron antes, observó el dominico; y ¡ab actu ad posse valet illatio!. ¡Nada, nada, nada! continuó Simoun disponiéndose á bajar á la cámara por la escotilla; lo dicho, dicho. Y usted P. Sibyla, no diga ni latines ni tonterías. ¿Para que estarán ustedes los frailes, si el pueblo se puede sublevar?
Palabra del Dia
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