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Sus amigos, que le conocían bien, descubrían en él menos entereza para desempeñar el papel de libertino, y a menudo se le clareaba la buena índole al través de la máscara. A Maximiliano le contaron que habían sorprendido a Olmedo en el Retiro estudiando a hurtadillas. Cuando le vieron sus amigos, escondió los libros entre el follaje, porque le sabía mal que le descubrieran aquella flaqueza.

Vengo en busca de mi marido, del príncipe Jalma. ¿No le conoce Vd. señora? El Norte, que me trajo, dijo que pudieran Vds. darme noticias de él. 120 Yo no le conozco, hija; pero es probable que mi hijo le conozca. La madre del Sur la escondió debajo de una olla y pronto se oyó un gran ruido y llegó el Sur. ¡Hu-u-u-u! a carne humana huele aquí!

25 Mas Josué dio la vida a Rahab la ramera, y a la casa de su padre, y a todo lo que ella tenía; y habitó ella entre los israelitas hasta hoy; por cuanto escondió los mensajeros que Josué envió a reconocer a Jericó.

Desde el pajar de una casa, donde les escondió una buena mujer, vieron fusilar a un telegrafista. ¡Figúrate la impresión que sufrirían! Crueldades tan inútiles y sanguinarias como ésta, se cometen aquí muchas: en Madrid no tenéis idea de lo que es la guerra.

La sombra de una de las cortinas de la enredadera, que flotaba al influjo del aire, escondió en este instante el rostro de Sol. ... merece que yo ponga en sus manos, para que me la enseñe al mundo a su lado y me la proteja, la joya de la casa con que ha sido Juan Jerez tan bueno. Aquí la cortina flotante de la enredadera cubrió con su sombra el rostro de Lucía. Juan....

Llegando empero Sepé á la orilla del bosque, quitándole el freno al caballo, se escondió en los árboles, y pasado á nado el rio al otro dia, siguiendo los reales que se retiraban, fué recibido en ellos con gozo increible. Esta misma noche se huyeron de las manos de los enemigos dos mozos, los demas quedaron cautivos.

Aquella señora... aquella Doña Armanda que le aguarda a usted en París.... ¿le necesitará también? Es mi madre pronunció Artegui. Y la respuesta pareció a Lucía satisfactoria, aun cuando realmente no resolviese la duda que acababa de expresar. Artegui, entretanto, rodando un sillón hasta tocar con la mesa, se sentó, y acodándose sobre el tapiz, escondió el rostro entre las manos, meditabundo.

Escondió la cara en los almohadones y volvió a dormirse en seguida. Soñó. En la iglesia de las Victorias, iluminada con millares de cirios, ella salía por el medio de la nave, vestida de blanco. Su esposo era Julio, que le murmuraba al oído palabras ininteligibles. Llegaron a la calle.

No lo abráis; ocultadlo entre las ropas; que no se os separe ni un instante. Ya veis que tengo tanta confianza en vos como si fuerais mi mujer... ¡Qué emocionada estáis! Calmaos, querida amiga, os habéis equivocado respecto a mis intenciones. Trémula y casi desfallecida de alegría, Marta escondió el sobre en su seno.

Mil quinientos duros. No tengo más, aunque me lleve a la cárcel. No, no quiero hacer eso. Si me da Vd. ese dinero estaré satisfecho. 75 El prendero pagó y escondió el cuadro en la tienda, esperando al comprador. Pasó un día, una semana, un mes y no pareció. Entonces llamó a un pintor amigo, y le dijo: ¿Qué le parece a Vd. este cuadro? 80 Hombre, no es malo. ¿Lo quiere Vd. comprar? No, señor.