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Acabó de pelarnos; quisímosle jugar sobre prendas, y él, tras haberme ganado a seiscientos reales, que era lo que llevaba, y al soldado los ciento, dijo que aquello era entretenimiento, y que éramos prójimos, y que no había de tratar de otra cosa. -No juren -decía-, que a , porque me encomendaba a Dios, me ha sucedido bien.

Es mejor parecerse a una planta delicada que a un hombre malogrado repliquele. Pero mi tía creía firmemente que había sido una belleza y no soportaba bromas al respecto. He sido linda, señorita; tan linda que a mi y a mi hermana los vecinos nos llamaban unas diosas. ¿Su hermana se parecía a usted, mi tía? Mucho; éramos mellizas. ¡Qué desgraciado sería su marido! dije yo con tono convencido.

Trujeron exploradores que nos buscasen los ojos por toda la cara, y a , como había sido mi trabajo mayor y la hambre imperial, que al fin me trataban como a criado, en buen rato no me los hallaron. Trujeron médicos y mandaron que nos limpiasen con zorras el polvo de las bocas, como a retablos, y bien lo éramos de duelos.

Al decirle su hijo que éramos vascos, levantó los brazos al aire con grandes extremos. ¿De qué pueblo? nos dijo en vascuence. De Lúzaro. ¿Españoles? . Yo soy vasco-francés. Nuestra tierra es muy buena, ¿eh? Yo no digo que la Gironda sea mala, no. Es un país rico; pero la tierra vasca es otra cosa. Luego, mirándome con fijeza, me preguntó: ¿De qué pueblo habéis dicho que sois? De Lúzaro.

Es menester que le diga una vez por todas, lo que tengo en el alma, hace largo tiempo. ¿Qué ha venido á hacer á nuestra casa bajo un nombre, y bajo un carácter supuesto? Mi madre y yo éramos dichosas, estábamos tranquilas; usted nos ha traído una confusión, un desorden y pesares, que nosotras no conocíamos.

Los pocos pasajeros a quienes tan ruda jornada había tocado, éramos, como creo haberlo dicho ya, el profesor suizo, un joven de Bogotá, García Mérou y yo. Además, venía una rarísima mujer, colombiana, de buena familia, pero que en Francia habría pasado por tener una colección de arañas au plafond.

Esto de la holgura lo llevábamos nosotros resuelto aquella noche por ministerio de la ley..... Quiero decir, que éramos dueños de un reservado de ocho asientos, que entre cuatro personas daba dos asientos para cada una, con su correspondiente rincón por cabeza y para la cabeza. A las tres de la madrugada el hambre nos despertó.

Salimos del pañol, y vi que no éramos nosotros solos los que visitaban aquel lugar, pues todo indicaba que un desordenado pillaje había ocurrido allí momentos antes. Reparadas mis fuerzas, pude pensar en servir de algo, poniendo mano a las bombas o ayudando a los carpinteros.

»La voz de la amistad pudo haber endulzado lo que el deber de la religión tiene de inflexible y severo; debía habernos aconsejado al menos, ¡y partió... sin consolarnos! ¡Veía que éramos desgraciados, y por la primera vez se alejaba de nosotros sin unir sus lágrimas a las nuestras!

547 Se le pasmó la virgüela, y el pobre estaba en un grito; me recomendó un hijito que en su pago había dejado: "Ha quedado abandonado". Me dijo, "Aquel pobrecito". 548 "Si vuelve, búsquemeló", me repetía a media voz; "En el mundo eramos dos, pues él ya no tiene madre; que sepa el fin de su padre y encomiende mi alma a Dios".