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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Daniel Spitz había sufrido ya la amputación de dos dedos y se hallaba sentado detrás de la estufa, con la mano envuelta en unos trapos blancos. Los hombres que se habían apostado, desde antes del amanecer, detrás de los parapetos, como no habían comido, tomaban un bocado y bebían un poco de vino, mientras gritaban, gesticulaban y enaltecían a boca llena sus acciones.
Porreta, a mi edá no gusta verse envuelta en cuentos... luego después, que si hizo así, que si pudo haser asá... que si la señora Pepa sabe o no sabe el oficio.... Menéate ya, dormilón añadió despóticamente volviéndose a Chinto... . Ya estás corriendo por el médico, ¡ganso!
Pensó que le había matado y huyó despavorida por la mina y quedó envuelta al instante en completa oscuridad. Sin embargo, marchaba, marchaba siempre. No pensaba en su situación, sino en la muerte que acababa de cometer. Pero las tinieblas se espesaban y sus pies iban dando tropezones, hasta que al fin cayó. Alzóse y siguió marchando y volvió á caer y tornó á levantarse.
A la izquierda lejano caserío, la fábrica, el «real», los establos, hacia los cuales volvía el ganado, la capilla con su torre envuelta en un manto de hiedras; a la derecha la vega villaverdina iluminada por los últimos reflejos del sol; y en el fondo las altas montañas de la Sierra, sombrías, boscosas, coronadas de abetos y de ocotes.
Encontraban mujeres con pañuelo a la cabeza y mantón pardo, tapándose la boca con la mano envuelta en un pliegue del mismo mantón. Parecían moras; no se les veía más que un ojo y parte de la nariz. Algunas eran agraciadas; pero la mayor parte eran flacas, pálidas, tripudas y envejecidas antes de tiempo.
En la pieza siguiente, cerca de la ventana cerrada, yacía la enferma sentada en un sillón de vaqueta, envuelta en grueso pañolón de lana. En la cabeza tenía un pañuelo blanco, atado bajo la barba. ¡Rodolfito! exclamó con acento débil ¡Rodolfito! ¡Ven, dame un abrazo; mira que no puedo levantarme! Llegué a su lado y me incliné para estrecharla contra mi pecho y darle un beso en la frente.
A la hora de misa, hidalgos venidos de lejos se hacían los distraídos en la puerta de la iglesia para contemplar la mayor celebridad del país, que llegaba envuelta en su manto negro de seda, por debajo del cual asomaba la recamada falda blanca o o rosa. El alférez iba a su lado, con todo el señorío de su rango.
Habían vivido un año en su castillo, en plena campiña rusa con la fastuosidad del boyardo, paseando su amor fresco, insaciable y sin cesar renovado, por entre los embrutecidos mujiks que contemplaban a aquella mujer hermosa, envuelta en pieles blancas y azules, con la misma devoción que si fuese una virgen despegada del fondo dorado del icona.
Después de cocidas se rebozan con huevo y harina, y se fríen en aceite o manteca de cerdo. ANGUILA EN SALSA. Para guisar como es debido una anguila se la pone en la parrilla, envuelta en papel untado de aceite o manteca de cerdo; una vez hecha, se divide por el lomo al tiempo de servirla; para que esté mejor, se rellena con una masita hecha de manteca de vaca, hierbas finas y pan rallado.
La criada había subido la escalera y, tras de algún tiempo, bajó Catalina envuelta en un mantón. ¿Eres tú? dijo sollozando. Sí, ¿qué pasa? Catalina, llorando, contó que su madre estaba muy enferma, su hermano se había ido con los carlistas y a ella querían meterla en un convento. ¿A dónde te quieren llevar? No sé, todavía no se ha decidido. Cuando lo sepas, escríbeme. Sí, no tengas cuidado.
Palabra del Dia
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