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Actualizado: 10 de mayo de 2025


¡Adriana! exclamó una de ellas, necesitamos una pareja más, vengan los dos. Ella se levantó, y con expresión seria: Tal vez en el fondo lo quiero muchísimo, Muñoz; escucharé todo lo que quiera decirme, pero ahora no podría dejar de bailar y divertirme, la tristeza me ahogaría. Y salió envuelta en el torbellino de las muchachas.

Paseando un día en el Prado, melancólico, encontró dos damas, callada la una y envuelta en un velo, y esforzándose la otra en acercársele, en hablar con él y en averiguar la causa de su tristeza.

concretas nuestra historia: Has dado la voz de alerta, Golpeando de puerta en puerta Con tu metálica voz; Has anunciado las paces Adornada con la oliva, Y envuelta con palma altiva La guerra cruenta y feroz.

Por lo regular, aparecía el alba un tanto envuelta en crespones grises, y las copas de los grandes árboles susurraban al cruzarlas el airecillo retozón. Pasaba algún obrero, larga la barba, mal lavado y huraño el semblante, renqueando, soñoliento, el espinazo arqueado aún por la curvatura del sueño de plomo a que se entregaran la víspera sus miembros exhaustos.

Yace envuelta en el polvo la cabeza De un jóven que vivió desconocido: Puso en su frente el sello la tristeza Y el estudio su tinte indefinido. En su alma la bondad tuvo un abrigo, Dió á la miseria simpatía y lloro, Colmó Dios su ambicion con un amigo, Y así partió su amor y su tesoro.

No la veía bien, envuelta como iba en un gran velo azul que descendía de su gorra de viaje, anudándose sobre el gabán de seda amarilla; pero era muy hermosa... ¡Y qué conversación! ¡Y qué saber de cosas!...

La mar, absolutamente muerta, nos retuvo hasta el anochecer. Serían ya las siete en el momento de aparecer la luna llena, redonda, envuelta en caliente neblina que la enrojecía; a falta de brisa, menester fue armar los remos. Todo esto que le refiero a usted, allá, cuando yo era joven, más de una vez me pasó por la cabeza la idea de escribirlo o como entonces se decía, contarlo.

Tan pronto, medio envuelta en su nicho de olmedillas y un poco cerradas sus largas pestañas, guardaba la inmovilidad de una estatua, ó ya, avivándose más el interés, se ponía de codos en la pequeña mesa y sumergiendo su bella mano en las ondas de su suelta cabellera, hacía vibrar sobre la vieja señorita el relámpago continuo de sus grandes ojos.

Estos raros fenómenos o alucinaciones en que Felicita se veía envuelta, a causa, tal vez, de la debilidad, se exageraron cuando entró, en el cuarto mortuorio. Parecióle que la descomposición y descuartizamiento de que era víctima el mundo se verificaban con mayor saña y absurdidad, como obedeciendo a un designio diabólico, en el cadáver de Anselmo Novillo.

La respuesta fue un delicioso apretujón por bajo de la capa, y al mismo tiempo una mirada en que iba envuelta la promesa de la felicidad. Pues bien, Juan, no puedo luchar más; soy tuya..., haz lo que quieras; manda, llévame donde quieras. No: mandar , obedecer yo. ¿Me abandonarás otra vez?

Palabra del Dia

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