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Actualizado: 23 de junio de 2025
Con frecuencia, echábale en cara su falta de religiosidad; le oía con sonrisa de lástima, hablar de sus entusiasmos científicos, pensando en los fragmentos de sermón que había escuchado contra aquella ciencia malvada y perturbadora. Las otras dos mujeres de la familia no le herían menos en sus ilusiones. ¡Estaba solo! Más solo que cuando vivía en París, en su cuartucho de estudiante.
También aquel hombre obeso, que parecía no sentir otros entusiasmos que los que le inspiraban su religión y su bodega, olvidaba momentáneamente a Dios y al cognac al ver un caballo hermoso que no fuese suyo, y sonreía agradecido cuando le elogiaban como el primer jinete de la campiña jerezana.
En estas lobregueces de la fantasía, acepto al mejicanito rico, docto y sin viruelas, si con él, por amo y señor de la señora y ama de Peleches, quedan las costumbres de allí en el mismo ser y estado en que ahora se hallan; con lo que le doy a usted una prueba bien evidente de que mis entusiasmos no pasan de los límites racionales que les corresponden; de que mis ambiciones se cifran en el goce de la luz, no en la absurda codicia del astro luminoso; en vivir como ahora vivo, en una palabra.
Se lanzaría en plena lucha, con la insolencia del mercenario. Adiós, ideas, fe, entusiasmos... Ilusiones, todo ilusiones. Despreciaba su cultura, pero pensaba aprovecharla para hacerse pagar mejor. El dinero y el poder tendrían un siervo más.
En lo que no se descuidaba después Bringas era en pedir las llaves y guardarlas debajo de su almohada, porque todos los entusiasmos y aun la flaqueza senil o infantil tienen su límite. De este modo pudo Rosalía explorar libremente el tesoro secreto. Revolvió, contó y recontó todo lo que había en el doble fondo, pasmándose del caudal allí guardado.
Para tranquilizarse a sí mismo quería explicar el cambio radical de su vida. Me retiré, Fermín, y no me arrepiento. Aún quedan muchos de los que fueron mis compañeros de miserias y entusiasmos, que siguen fieles al pasado con una consecuencia que es testarudez.
Mi tía había sido muy religiosa; aunque víctima en los últimos tiempos de un padre escolapio, que le había eliminado graciosamente algunos miles de pesos, su fervor por los frailes y monigotes corría parejas con sus entusiasmos políticos: de modo que a su entierro asistían todos los clérigos de las parroquias principales, correctos la mayor parte, y una delegación de cada cofradía: franciscanos, dominicos, etc., incorrectos bajo el punto de vista de la higiene personal.
Además, la paternidad le hacía egoísta, pensando más en la familia que en el pueblo soberano, que podía libertarse sin necesitar de su apoyo. Al ver proclamada la República sintió renacer sus entusiasmos. ¡Por fin, ya la tenían! ¡Llegaba lo bueno!... Pero a los pocos meses le buscó Salvatierra, como a otros muchos. Los de Madrid eran unos traidores y la tal República resultaba un pastel.
La paternidad, más fuerte y duradera que el amor, podía haber llenado el resto de sus días, de no haber muerto su hijo... Le quedaba la venganza, la dura tarea de devolver el mal á los que tanto mal le habían hecho; pero ¡era tan débil para luchar con todos ellos!... ¡Resultaba tan pequeña y egoísta esta finalidad comparada con otros entusiasmos que arrastraban al sacrificio en aquellos momentos á grandes masas de hombres!...
¡La galerna...! ¡La galerna...! vociferaban. ¿Eran alquiladas estas personas? Yo tampoco lo he creído nunca; pero lo cierto es que todos los entusiasmos por la Naturaleza se amortiguaban de un golpe. ¿Lo ven ustedes? Si aquí no se puede salir... No hay más remedio que meterse en el Casino...
Palabra del Dia
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