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Actualizado: 16 de julio de 2025


Julita no se anduvo con melindres; tomó la galantería al pie de la letra y se puso a taconear sobre el infortunado sombrero de tal suerte, que si Enrique no acude a tiempo se lo hace pedazos. Está visto que contigo no se puede ser galante dijo de mal humor mientras lo limpiaba con la manga de la chaqueta.

Ramiro llegó de Salamanca el domingo 16 de febrero de 1592, dos días después de publicadas las sentencias. El Canónigo fue a visitarlo y enumerole una a una las condenaciones. No pareció muy satisfecho al decirle que a don Enrique Dávila y al licenciado Daza les habían otorgado la apelación. En cuanto a don Diego, sería ajusticiado al siguiente día.

Cuando después el Condestable se acerca en la obscuridad, cree Blanca que es Enrique, habla con él de su primer amor, y se arroja á sus pies suplicándole que la abandone para siempre.

Dicen en el ejército que Enrique de Trastamara puede lanzar contra nosotros cuarenta mil soldados, sin contar las lanzas francesas de Duguesclín y que todos ellos han jurado morir antes que ver á Don Pedro otra vez en el trono de Castilla. Pero nuestro ejército es también numeroso y aguerrido. Veinte y siete mil hombres por junto y en tierra extraña.

Ansi como fué coronada lleváronla á la otra silla de la otra parte del altar, habia de ser despues de coronada, é ansí como el Rey ovo dado paz á la Reina, llegaron á la Reina los infantes, é besáronle la mano, é ella los besaba en la boca, é esto mesmo fizieron D. Enrique de Villena é Doña Leonor su hermana.

Allá voy, D. Pedro se apresuró a responder Luis, contento de separarse de aquel enfadoso grupo. Al entrar en el gabinete se produjo, en menos tiempo del que puede tardarse en referirla, una terrible escena que puso en conmoción y espanto a toda la tertulia. D. Pedro estaba con las cartas en la mano y lo mismo Jaime Moro y D. Enrique Valero.

Tieck, de Berlín; Enrique Ternaux-Compans, de París, y Luis Lemcke, de Brunswich, por su generosidad en facilitarme los tesoros de sus ricas bibliotecas.

Casi siempre las conversaciones de doña Luz y del P. Enrique eran en la tertulia, en presencia de don Acisclo, de D. Anselmo, de Pepe Güeto y su mujer y del señor cura.

El respeto y el cariño de la hija del médico al P. Enrique eran grandes también; pero no tanto que le impidiesen por completo todo fallo algo contrario sobre su conducta. Doña Manolita, pues, sin pensar que doña Luz hubiese dado para ello ni ocasión ni motivo, empezó a sospechar que el Padre, más o menos confusa y vagamente, estaba enamorado.

Y sin hacer caso del ruego del lacayo, luego que éste se fue, salió del salón, y subiendo la escalera interior, se fue derecho al cuarto de su primo Enrique. Era la única persona con quien simpatizaba en la casa, si se exceptúa también su tía Martina, a quien siempre había profesado sincero cariño.

Palabra del Dia

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