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Actualizado: 16 de julio de 2025


Plana Mayor del Coronel Machado, que tanto se distinguió en Oriente. Sargento Mayor Alfonso Salcines. Sargento Cuartelmaestre Enrique Borbent. Sargento Pagador Francisco Escamez. Sargentos Abanderados Hermenegildo Chávez y Víctor Chomat. Cabos Francisco Alcántara y Fructuoso García.

No es ese temor replicó la hija del médico , lo que me induce al arrepentimiento, sino el temor de haber lastimado un corazón sensible, de haberle hecho una profunda herida. No te comprendo dijo doña Luz ; ¿qué quieres dar a entender? ¿Qué corazón sensible es ese? El del P. Enrique respondió en mala hora doña Manolita. Doña Luz se puso roja como la grana.

En el viaje que en 1455 hizo á Sevilla Enrique IV, El Impotente, acompañábale con su corte dicen los autores un número considerable de moros principales y ricos, los cuales gozaban de gran favor con el veleidoso monarca.

Tiene razón este señor intervine yo, y para que su dedo permanezca inmóvil, habrá que hacer lo que en cirugía se llama... se llama... ¿Entablillar? interrumpió Enrique, ¿como si se tratara, de un brazo o una pierna? Justamente. ¿Y dónde encontrar el aparato? gritaron todos riendo. Helo aquí. Y tomé una carta de la mesa donde acababa de jugar al whist; creo que era un rey de oros.

Nunca una cosa así ha deshonrado a nuestra familiaEL CONDE. ¡Más aprisa, muchacho! ASTOLFO. El conde añadió: «Coge tres hombres, cae sobre el malhechor, átale a los pies plomo y piedras y...» VALDEMAR. ¿Y lo has hecho? ¡Oh, cielos! ¿Dónde está el duque entonces? ELSA. ¡Enrique! ¡Espectro querido de los labios ardientes! ¡Voy a reunirme contigo, amado mío!

Con mucho sobresalto volvió Poldy la cara y vio apoyado en el respaldar de su silla a su hermano Enrique, con su facha de duende maligno, que se reía a casquillo quitado. De ordinario era Poldy apacible y afectuosa con todas las gentes y singularmente con su enfermizo hermano, para quien no tenía palabra mala.

En suma, los dos días pasaron como un soplo; D. Jaime se fue a recorrer el distrito con D. Acisclo y Pepe Güeto; y las dos amigas se quedaron como antes, acompañadas sólo, en las horas de la comida y de la tertulia, del P. Enrique y a veces del cura y de D. Anselmo.

Pasman el esfuerzo constante y el secular empeño, primero del Infante Don Enrique y después de sus sucesores y de su pueblo para conseguir el triunfo que han conseguido.

El silencio de los cronistas del reinado de Enrique IV acerca de unos hechos de tanto bulto, no se estrañará si se atiende á que tampoco hacen mencion de otras violencias muy semejantes que por los mismos años exactamente padecia de parte de otro magnate otro prelado mas calificado todavía.

Traté de reír, para que el general no reparase en la turbación de la Vizcondesa, que parecía herida por un rayo. Mire usted, mire usted prosiguió el general dando nuevamente libre acceso a su risa. La Vizcondesa no ríe... está desconcertada... y es que se reconoce culpable. ¡Oh! muy culpable murmuré interiormente. En aquel instante bajó Enrique, y poco después Cecilia.

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