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El teatro de Tirso se puede comparar á esos países maravillosos que describen los poetas románticos, en donde las brisas más perfumadas y la música más atractiva encadenan el corazón y los sentidos del caminante; en donde millares de sendas que se cruzan, le llevan ya á jardines soberbios, ya á valles risueños, ya á abismos insondables que dan vértigos, al lado de altísimas montañas que se pierden en las nubes; en donde se oyen las voces burlonas de los duendes que salen de las cavernas, y vuelan los genios por el aire, y en donde el brillante cielo de la poesía ilumina con su luz seductora hasta las encrucijadas engañosas y las sendas no holladas.

Esos lazos color de sangre, esas hojuelas relucientes, esos reflejos y esos prismas, son teas engañosas que alumbran en la calle, en la tertulia, en el festin; el interior de la casa, el interior de la familia, el corazon del hombre está á oscuras.

¡Fuera engañosas apariencias! grité yo . Por más que vuelvas a todos lados la vista, no encontrarás más familia que la que en estos momentos te rodea. La condesa con su mirada penetrante quiso imponerme silencio; pero yo no podía callar, y los pensamientos que se agitaban con febril empuje en mi cerebro, afluían precipitadamente a mis labios, dándome una locuacidad que no podía contener.

Isidro, luego de consolarle con engañosas afirmaciones, asegurando que antes de una semana verían la tierra ansiada, retrocedió con Castillo hacia la reja de salida.

El subteniente se marchó, y toda la familia, después de este período de realidades, tuvo que volver á las caricias engañosas de la ilusión y la esperanza, aguardando la llegada de las cartas, haciendo conjeturas sobre el silencio del ausente, enviándole paquete tras paquete con todo lo que el comercio ofrecía para los militares: cosas útiles y absurdas. La madre cayó en un gran desaliento.

Tomás de Torquemada, Prior del convento de Santa Cruz de Segovia, de la orden de predicadores. ¡Quiera Dios que permanezca hasta fin del mundo, para amparo y aumento de la fe! Levántate, Señor, y juzga tu causa. Cógenos las zorras engañosas

Acudió igualmente aquella tarde á Entralgo el farmacéutico Teruel, hombre profundo, inventor de ciertas pastillas contra las lombrices que eran el asombro y el orgullo del concejo. De todos los rincones de Asturias solían venir demandas de estas famosas pastillas. En Madrid mismo, donde las importó una señora de Oviedo, adquirieron prosélitos. Habían salvado de la muerte á la esposa de un diputado asturiano, el cual en recompensa había hecho condecorar al benemérito boticario con la cruz de Isabel la Católica. Mas después de este esfuerzo químico tan prodigioso el ingenio de Teruel se había agotado ó había dormido para siempre. Ó considerando tal vez vanas y engañosas las glorias humanas, había decidido renunciar á toda labor científica. Lo cierto es que desde hacía largos años estaba dedicado á pescar truchas con caña en el río y á beber sidra en los lagares. ¿Quién regentaba la botica en su ausencia casi continua? Su digna esposa D.ª Teresa.

Ilusiones engañosas, livianas como el placer, no aumentéis mi padecer... ¡Sois por mi mal tan hermosas! Camina orillas del Ebro caballero lidiador, puesta en la cuja la lanza que mil contrarios venció. Despierta, Leonor, Leonor. Buscando viene anhelante a la prenda de su amor, a su pesar consagrada en los altares de Dios. Despierta, Leonor, Leonor. MANRIQUE. ¡Leonor! LEONOR. ¡Gran Dios!