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Actualizado: 27 de junio de 2025


Aunque novicia, no he ido a ciegas ni he hecho ningún disparate. Y eso que me encantó desde que le vi la vez primera. ¡Qué distinguido! ¡Qué elegante! ¡Qué lindo muchacho! ¡Y qué respetuoso sin timidez ni encogimiento!

Todas marchaban con los ojos bajos y cierto encogimiento, como si acabase de ocurrir en el buque algo extraordinario y triste que entenebrecía el esplendor de la mañana tropical. Entre las manos enguantadas de negro llevaban pequeños libros encuadernados en oro y nácar. Tras ellas venían los hombres de la familia con aire de burgueses endomingados que asisten a una ceremonia fatigosa e ineludible.

Su amigo Ulmus sylvestris, que a veces le acompañaba, indújole a romper la reserva que su encogimiento le imponía, y Maximiliano conoció a algunas que había visto más de una vez y que le habían parecido muy guapetonas.

Lo vio Fernando asomar la cabeza por la puerta de una escalera tímidamente. Después de largos titubeos avanzó al fin con cierto encogimiento. Vestía un traje blanco, rutilante, majestuoso, sobre el cual parecía destacarse con mayor relieve la fealdad grandiosa de su cara, a la que encontraban algunos cierta semejanza con la de Beethoven viejo.

No había podido obtener Pilar que Lucía la acompañase al salón de Damas; cortedad y encogimiento de niña educada en provincia se lo vedaban, haciéndole temer más que al fuego a aquellas mujeres curiosas que examinarían su tocado como el diestro confesor los repliegues de la conciencia del penitente. Pilar, en cambio, estaba allí en su elemento y esfera natural.

El último en aproximarse fue Ojeda, cuando ya se habían disuelto los grupos de admiradores. A la mirada interrogante de Fernando, que parecía asombrado, contestó con un guiño malicioso y un leve encogimiento de hombros. No había de qué asustarse. Todo mentira murmuró con voz tenue ; «pura parada», como dicen los criollos. Pero deje usted que se hinche el entusiasmo.

¡La modestia del rudo señor Desnoyers después de estas reflexiones!... Su familia sintió asombro al ver el encogimiento y la dulzura con que se movía dentro de la casa.

Ya eres hombre declaraba solemnemente. Y le hacía entrega de un cuchillo de recia hoja. El atlot armado caballero perdía su encogimiento filial. En adelante se defendería él mismo, sin buscar la protección de su familia. Luego, al juntar algún dinero, completaba sus arreos paladinescos comprando un pistolete con adornos de plata a los herreros del país, que tenían su forja en el bosque.

¡Miedo!... Esta palabra bastó para que Febrer saliese de su encogimiento suplicante y mirase con soberbia a los rivales sentados ante él. ¿Miedo a quién?... Sentíase capaz de pelear con todos estos rústicos y sus innumerables parientes. ¡Miedo no, Margalida! Ni por él ni por ella debía temer. Lo que Jaime la suplicaba era que respondiese a su pregunta. ¿Podía esperar? ¿Qué pensaba contestarle?...

Lo había desesperado con sus crueldades, impulsándolo a la muerte. Había que olvidarlo todo. Y su alma sencilla asomaba a los ojos con una expresión abnegada y cariñosa, mezcla de amor y ternura maternal. Gallardo parecía empequeñecido por el dolor, flaco, pálido, con un encogimiento infantil. Nada quedaba del mozo arrogante que enardecía a los públicos con sus audacias.

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