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Actualizado: 22 de junio de 2025
Empezaba a anochecer y encendió un velón de los antiguos de Lucena, puesto sobre una mesa, en la que se veía un tintero de loza enorme, con una pluma no más larga que un dedo. Allí hacía él sus cuentas, y en un armario inmediato estaban «los libros», de los que hablaba Rafael con cierto respeto. Cada gañán tenía su cuenta.
El joven encendió las dos lámparas de la chimenea sin llamar al criado, que era su único servidor y el único ser viviente asimismo que habitaba con él en aquel cuarto. Pepe Castro era hijo de una ilustre familia de Aragón. Su hermano mayor llevaba un título conocido y tenía una hermana además casada con otro título. Se había educado en Madrid. A los veinte años quedó huérfano.
La tarde caía; pronto iba a ser de noche, y como Feijoo tenía horror a la oscuridad, su amiga encendió luz, que puso en la mesa de camilla, y cerró después las maderas. «¿En dónde has estado hoy?» le preguntó D. Evaristo, que casi todas las noches le hacía la misma pregunta, no por fiscalizar sus actos, sino porque de aquella interrogación salía casi siempre una plática agradable.
Fray Antonio se levantó, encendió una gran linterna vieja de bronce, y me guió a través de los solitarios y tranquilos corredores, de la pequeña plaza y de la ladera de la colina hasta el camino real, que en medio de la obscuridad resaltaba blanco y recto.
10 Y degolló el rey de Babilonia a los hijos de Sedequías delante de sus ojos, y también degolló a todos los príncipes de Judá en Ribla. 13 Y encendió a fuego la Casa del SE
Mientras que alegre y contento saltaba de placer y hacía fiesta por este su perniciosísimo escándalo, le empezó á correr por las venas un humor pestilente y se le encendió una fiebre ardientísima, que en pocos días le condujo á las puertas de la muerte.
27 Se encendió [por tanto], el furor del SE
10 Entonces se encendió la ira de Balac contra Balaam, y batiendo sus palmas le dijo: Para maldecir a mis enemigos te he llamado, y he aquí los has bendecido resueltamente ya tres veces. 11 Huye, por tanto, ahora a tu lugar; yo dije que te honraría, mas he aquí que el SE
Cautiva la tenía, puesta en una milagrosa sonrisa que había florecido en sus labios, cuando sintió tras de si un jadeo de carne brava y un resuello caliente y brutal. Sin tiempo para volverse a mirar se encontró prisionera en unos brazos duros y torpes, y el aliento de Andrés, apestando a vino, la encendió la cara.
Doña Paula encendió sobre la mesa del despacho el quinqué de aceite con que velaba su hijo.
Palabra del Dia
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