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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Obra de romanos fue el despertar a Platón; por fin, su hermana le tiró de una pata, mientras Encarnación tiraba de la otra, y el corpachón del modelo, resbalando sobre el sofá, se desplomó con estruendo sobre el piso.
El chiquillo soltaba todos los registros de su voz y no había manera de acallarle. Agotó la madre todos sus medios y Encarnación los suyos, que eran cogerle en brazos y dar un paso adelante y otro atrás, como si bailara, tratando de persuadirle con amorosas palabras de que los niños deben estarse calladitos. «Paréceme dijo Fortunata con terror , que me estoy secando».
Una tarde, sentado sobre una peña en la hondonada que corre entre el Convento de la Encarnación y los muros de la ciudad, Ramiro, dejaba rodar sus pensamientos. Aquel sitio único exaltaba su alma, haciéndole escuchar, en su ilusión, gritos de guerra, suspiros de éxtasis. Jubilosa coloración de oro húmedo brillaba en las colinas.
Desde gran distancia se veían las llamas, denotando las grandes proporciones del incendio, y la noticia corrió rápidamente por la ciudad, acudiendo á la calle de los Alcázares y á la Encarnación las autoridades y multitud de personas, ya movidas por curiosidad ó por el interés que les inspirara la suerte de los espectadores.
En comprobación de cuanto queda expuesto, no hay más que comparar el número de barcos que de altura arribaban á Filipinas hace diez y ocho años, y los que hoy echan anclas en sus puertos. En aquella época hacían la derrota del Cabo media docena de embarcaciones, algunas de ellas como la Encarnación y la María Fidela de 400 toneladas.
Doña Encarnación habló antes que su marido, y dijo al oír aquellas proposiciones: Tú estas loca, hija mía, y yo supongo que ni tu locura será contagiosa ni se la pegarás a tu madre. Imperdonable estupidez sería que ambas os arruinaseis por salvar a un pillastre. Anda, déjale que vaya a presidio. Aquel es su término natural e inevitable.
La señá Segunda se llevó a Encarnación a la plazuela, porque la noche antes había habido fuego en dos o tres puestos inmediatos al de ella, y se pasó la mañana ayudando a sus compañeras a meter los trastos que se sacaron, y a reparar lo que de reparación era susceptible. Fortunata estuvo aquel día aburridísima, con muchas ganas de levantarse.
Luego sonó la campanilla y D. José fue a abrir. Fortunata creyó que era Encarnación que volvía de la plazuela; pero se equivocaba. No tardó en oír cuchicheos en la puerta. ¿Quién sería? Después sintió pasos y un chillar de botas que la hicieron estremecer, y se quedó muda de terror al ver en la puerta a Maximiliano. Era él; así lo afirmó después de dudarlo un momento.
Encarnación revolvió sus ojos buscándola. «Vaya que ha sido una picardía haberle ocultado a estos angelitos que salieron del vientre de una marquesa». Y tomó la caña.
Solo cuatro capillas se edifican en este desgraciado período, la de S. Ildefonso, al poniente, en 1347; la de nuestra Señora de la Encarnacion, al sur, en 1365; la de S. Pedro, tambien al sur, en 1368; y la de Sancti Spiritus, al poniente, en 1369.
Palabra del Dia
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