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La guardia civil empujaba á los romeros fuera de la plaza. Salían en bandas de la iglesia con sus estandartes, desgarrados en la lucha, y emprendían la ascensión á Begoña escoltados por los jinetes. La muchedumbre hostil, contenida en su avance por la tropa, oía cómo se alejaban las cofradías por las calles empinadas que daban acceso al santuario.

El amo hablaba precipitadamente, con el pensamiento puesto en la próxima invasión de desesperados, y empujaba a Fermín, acompañándolo hasta la puerta, como si olvidase su asunto. ¿En qué quedamos, don Pablo? ¡Ah, ! Tu asunto... lo de la muchacha. Veremos: pasa otro rato; yo hablaré con mi madre. Lo del convento es lo mejor: créeme.

Pase usted, caballero le decía. Necesitan reponerse después de esta locura. Están ustedes mojados... ¡pobres! ¡cómo van!... ¡Beppa!... ¡tía! Pero pase usted. Y casi le empujaba, con cierta superioridad maternal; como una mujer bondadosa que cuida a su hijo después de una travesura que le llena de orgullo. Las habitaciones estaban en desorden.

Antes de amanecer, se levantó Morsamor y fue sobre cubierta. Fresco vientecillo de Poniente empujaba la nave hacia la costa. Era de esperar que, al rayar el alba llegase la nave a la desembocadura del Tajo y penetrando y subiendo por el río, se presentase frente a Lisboa. En pos de la nave de Morsamor iba el barco del vencido corsario argelino, brillante trofeo de la recién alcanzada victoria.

Y Edwin Gillespie, como si temiera quedarse solo, obedeciendo á una voluntad superior y misteriosa que le empujaba con fuerza irresistible, imitó á Ra-Ra, lanzándose también de cabeza en el mar. Donde el Hombre-Montaña deja de ser gigante y da por terminado su viaje Se vió envuelto en pegajosa obscuridad. Una fuerza voraz tiraba de él, absorbiéndole.

El viento la empujaba velozmente; pero los deseos de llegar a los primeros islotes del estrecho de Torres o de ver las playas australianas, que sentían vivamente los náufragos, habían hasta entonces resultado fallidos: no se veía sombra siquiera de tierra todo en redondo del horizonte.

Pero la verdad es que le halagaba no poco la consideración de que, si bien se corrían riesgos al tomar un papel tan barato y de tan pingües rendimientos, en cambio, si llegaba a mantenerse firme, se hacía el negocio más bonito que pudiera imaginarse. Y como tanto le empujaba el estímulo como le detenía el temor, faltábale energía para adoptar una resolución terminante.

Un desasosiego punzante le empujaba a moverse y a levantar sus ojos en callada consulta hacia el cielo. Estaba toda la luz estelar presa en la extrema cerrazón de la noche, y en vano Salvador trataba de avizorar, con atónita mirada, el secreto sagrado de la altura. Su alma, serena y apacible en las corrientes diarias de la vida, se sentía en aquella hora atribulada con honda ansiedad.

El amor, sólo el amor empujaba a los hombres a matarse. Los rústicos caballeros eran apasionados en sus predilecciones y fatales en sus celos, como héroes de novela. Por una atlota de ojos negros y manos morenas se buscaban y se provocaban en la obscuridad de la noche con relinchos de desafío; se aucaban de lejos antes de venir a las manos.

La consideración de hacerse superior a su hermana era lo que más la empujaba a decir que .