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Actualizado: 4 de junio de 2025


En efecto; el tiroteo empezaba por ambos lados a la vez, hacia la meseta de «El Encinar» y las alturas de Kilberi. Entonces los dos jefes se abrazaron, y cuando marchaban a tientas en medio de la profunda noche tratando de llegar al borde de la peña, oyose la voz de Materne que les gritaba: ¡Tened cuidado, que ahí está el precipicio! Detuviéronse, mirando a sus pies, pero no vieron nada.

Sin embargo si oía que alguno sobresalía en algo que no sea trabajo mecánico ó arte imitativa, en química, medicina ó filosofía por ejemplo, decía: ¡Psh! promeeete... ¡no es tonto! y estaba él seguro de que mucho de sangre española debía correr por las venas del tal indio, y si no lo podía encontrar apesar de toda su buena voluntad, buscaba entonces un orígen japonés: empezaba á la sazon la moda de atribuir á japoneses y á árabes, cuanto de bueno los filipinos podían tener.

Puso él de su parte cuanto pudo; ayudó en gran manera su clara inteligencia, y pocos meses después empezaba su imaginación a adivinar nuevos horizontes, llenos de promesas gloriosas, en la senda a que se le destinaba.

Los versos del convencional Chenier, adaptados á una música de guerrera gravedad, resonaban en las calles al mismo tiempo que la Marsellesa. La République nous appelle, Sachons vaincre ou sachons périr; Un français doit vivre pour elle, Pour elle un français doit mourir. La movilización empezaba á las doce en punto de la noche.

Otras noches se entretenía la joven discurriendo que la hora de la Puerta del Sol y la hora de la Panadería se enzarzaban. Empezaba esta, y le respondía la otra. De tal modo se confundían los toques, que no conociera aquella hora ni la misma noche que la inventó.

Como los dos querían evitar un encuentro con los grupos que regresaban al pueblo, siguieron avanzando lejos del río, por donde empezaba á elevarse el terreno, formando la pendiente de la altiplanicie pampera.

Aquella estaba allí, en casa, en el lecho; la tenía en sus manos, podía matarla, debía matarla. Ya que al otro le había perdonado la vida... por horas, nada más que por horas, ¿por qué no empezaba por ella?

Con mucha frecuencia daba a su marido el espectáculo de sus apartes misteriosos con el señor de Sontis; elegía indiscretamente el momento en que su marido atravesaba el patio, para arrojar por la ventana alguna flor de su corpino al oficial de cazadores; quedábase atrás con él, en los paseos a caballo, perdíase en el bosque, y no volvía hasta el caer de la noche en momento en que el barón empezaba a impacientarse, cuando no a inquietarse.

Y sobre todo, aquellos dos hombres mirándose así por ella, reclamando cada cual con distinto fin la victoria, la conquista de su voluntad, eran algo que rompía la monotonía de la vida vetustense, algo que interesaba, que podía ser dramático, que ya empezaba a serlo.

En esa tribulación gime olvidado del mundo, y el dolor es más projundo cuando no halla compasión. 698 En tan crueles pesadumbres, en tan duro padecer, empezaba a encanecer después de muy pocos meses; alli lamenté mil veces no haber aprendido a leer. 699 Viene primero el juror, después la melancolia; en mi angustia no tenía otro alivio ni consuelo, sino regar aquel suelo con lágrimas noche y día.

Palabra del Dia

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