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Actualizado: 18 de mayo de 2025
« Pues estaba Fernando de aprendiz en la zapatería del difunto Ichtaber, el Chato de Tolosa, y no sé si vosotros sabréis, pero Ichtaber era un zapatero viejo y muy rico. Tenía Fernando de novia una chica muy guapa, pero Ichtaber, el Chato, al verla la empezó a cortejar y a decir si se quería casar con él, y, como era rico, ella aceptó. El hacía como que no se incomodaba, pero se vengó.
Tanta era su alegría después de esta excursión, que durante el camino de regreso, influenciado por la dulzura del atardecer, empezó á cantar mientras marcaba el paso, llevando sobre un hombro el árbol convertido en garrote. Su canción era una marcha belicosa de las que entonaba el ejército americano durante la guerra en Francia.
Volvió Elisa a Madrid. Vió al Conde en teatros, paseos y tertulias, y halló en él tanta cordialidad y tan amistoso afecto, que tuvo por más cierta que nunca su indiferencia para con ella en punto a los amores. La indiferencia no podía ser afectada o fingida de aquella manera. Esto empezó a herir la vanidad de Elisa.
Entonces Paca se acercó a su padrino, el cual la sentó en sus rodillas con grandes muestras de cariño, y ella empezó la siguiente relación, torciendo su cabecita para mirarle.
Y Quevedo se acostó, no así como quiera, sino desnudándose como si hubiera estado en su casa. Pero por esta vez no se durmió. Había descabezado, como suele decirse, el sueño en la silla de manos; la situación en que se encontraba era grave por más de un concepto, y su poderosa imaginación empezó á dar vueltas.
Sí... el lado izquierdo... poca cosa.... Cuando mejore, seguiré mi camino, y hallado el sitio más a propósito.... Ven conmigo, y yo te aseguro que encontraremos juntos el mejor sitio para esa batalla. Esto decía cuando empezó a llover.
El animal, con la empuñadura de la espada en el cuello y la punta asomando por el arranque de un brazo, empezó a cojear, agitando su enorme masa con el vaivén de un paso desigual. Esto pareció conmover a todos con generosa indignación. ¡Pobre toro!
Como Teri se marchaba a París, él se fue también, y empezó lo que llamaba Fernando la mejor época de su existencia: una vida de concentración egoísta, una vida a dos, de ceguera y olvido para todo lo que estaba más allá de ellos, cortada por frecuentes viajes emprendidos al azar de una lectura o de un recuerdo histórico. «¡Qué hermoso besarnos entre las columnas del Partenón!» Y emprendían un viaje a Grecia. «¡Qué delicia ver el desierto, los dos juntitos, desde lo alto de las Pirámides!» Y salían para Egipto.
Como un vago rumor empezó á circular la murmuración de que también á Momaren lo habían llevado á su casa, en las primeras horas de la mañana, unos hombres que lo encontraron cerca del puerto. Pero como se trataba de un personaje oficial, fué imposible conocer la verdad.
Pero cuando empezó a escupir sangre y a no querer comer, el pecho desgarrado por la tos, todos se alarmaron y se llamó al médico: según el sabio profesor, no era nada; después del alumbramiento, aquello pasaría.
Palabra del Dia
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