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Confieso que en cualquiera otra circunstancia me consideraría muy honrado. Don Diego Gómez de Villanera es bien nacido, he oído elogiar a su familia y a su persona. Pero, ¡qué diablo! ¡no quiero que se diga que la señorita de La Tour de Embleuse tenía un hijo de dos años el día de su boda! No dirán nada, ni lo sabrá nadie.

Cristeta estaba muy acostumbrada a oír elogiar sus encantos corporales; pero no le sucedía lo mismo respecto de sus facultades artísticas y, sorprendida por la última frase de don Juan, repuso con más sinceridad que amor propio: Pues qué, ¿cree usted que yo sirvo para otra cosa?

Su padre disimula la satisfacción que le causa el oír elogiar a su hijo, pero en realidad está más orgulloso que yo. ¿Cuánto durará esta satisfacción? Del niño al hombre hay una distancia grande. Mme. Lavernette me ha hecho entrega de una carta de Alfonso en la cual me dice que desea vivir con nosotros. Yo temo que cuando venga lo encontraré pálido, ojeroso y flaco. Y esto me tiene preocupada.

Pasamos por alto la descripcion de muchas cosas que como obras del arte no podemos elogiar, ni aisladamente, ni en su relacion con el edificio: tales son, el retablo de la capilla mayor, en que solo nos es dado encarecer el escelente trabajo manual de los jaspes en sus lechos y juntas, superficies planas y molduras; el tabernáculo, en que solo admiramos el perfecto ajuste y bruñido de los mármoles; los púlpitos de Verdiguier, borrominescos, y no obstante grandiosos; últimamente la sillería del coro, obra del escultor D. Pedro Duque Cornejo, recargada de adornos, estatuitas y medallones del estilo amanerado que privaba en la segunda mitad del siglo XVIII, con su elevada silla episcopal llena de figuras de gran tamaño, composicion en alto grado churrigueresca.

Llegamos a la señorita Fernández. ¡Esa ! exclamó la buena señora. ¡Esa me gusta! ¡Tan bonita, tan inteligente, tan buena, tan sencilla! Es rica, y tiene la sencillez de una pobre; es inteligente e instruída, y no hace alarde de ello; es hermosa, y no está pagada de su belleza. ¡Ay Rorró! agregó después de elogiar con mucho entusiasmo a la niña. Es una perla. Así quiero una mujer para .

No faltó más sino que la abuela me hiciese ponerme al piano para tocar una pieza o cantar una romancita... Por fin se termina la sesión. Todo el mundo está satisfecho y yo también... Decididamente, la feria del matrimonio tiene de bueno que enseña a estar contento de uno mismo y de los demás. Esto último es mucho más raro que lo primero. La abuela no cesa de elogiar al pretendiente.

He sido el primero en apreciar y elogiar las suyas, pero no puedo hacer el mismo caso de una obra realmente literaria escrita con la frescura de una imaginación juvenil que de un ataque injustificado y violento inspirado por la musa del tedio y fraguado por la de la hipocondría. ¿Ese juicio tan severo no estará inspirado ahora por la del despecho?

Al instante dos muchachas bonitas y muy aseadas sirviéron el chocolate: Candido no pudo ménos de elogiar sus gracias y su hermosura.

¿Cree usted de verdad que le hará feliz mi hija Gloria? ¿Por qué no, señora? Mucho le agradezco esa buena opinión que tiene de mi niña. ¡Los padres gozamos tanto cuando oímos elogiar a los hijos de nuestro corazón!... ¡Pobresito! Se conoce que tiene usted buenos sentimientos. ¿No es verdad, don Oscar, que nuestro amigo Sanjurjo tiene un alma muy buena?

Oyendo esto D. Pedro, que indolentemente se apoyaba en el respaldo del sillón, irguiose, atusó los largos bigotes y gravemente habló de esta manera: Señora, señorita y caballeros: puesto que este joven apela a mi lealtad, probada en cien ocasiones, declaro que no una, sino muchísimas veces he oído elogiar su buen comportamiento, su caballerosidad, su valor como militar, con otras distinguidas prendas de paisano que le han creado abundante número de amigos en el ejército y fuera de él.