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Actualizado: 23 de octubre de 2025
Los caminantes se diéron priesa á coger el oro, los rubíes y las esmeraldas. ¿Donde estamos? decia Candido: menester es que esten bien educados los infantes de este pais, pues así los enseñan á no hacer caso del oro ni las piedras preciosas. No estaba Cacambo ménos atónito que Candido.
Esta vez me atreví a responder que no lloraría si fuésemos dos a rezar. ¡Ah! Esos son otros cantares... Se calló un rato con los ojos cerrados, y después, temiendo, sin duda, haberme afligido, me dijo con dulzura: Todos dependemos, hija mía, más o menos, del medio en que hemos sido educados y de las enseñanzas que hemos recibido.
CLEOPATRA. ¡Ah, mis queridas compatriotas! Todas juramos, pero no adelantamos nada con eso. Estos romanos son tan mal educados y brutales, que no se puede esperar de ellos que respeten nuestros juramentos. Al mío le he hecho sangre con los dientes en las narices. ¿Te acuerdas de él? Es un patán, un bruto. ¡Me estrechaba tan rudamente entre sus brazos! ¡Pobre marido mío!
Recordó á muchos príncipes como él, educados en la corte, con altas situaciones sociales, que habían distribuído sus bienes para vivir entre los pobres y dedicar su existencia al triunfo de la verdad y la justicia. El haría lo mismo, resucitando á la verdadera vida, y estaba seguro de la aprobación de su madre.
Para llevar a cabo sus nuevos planes, eligió lo que había de aprovechable entre lo arrojado de su casa y lo que conocía de lo de fuera; después autorizó a los escogidos para que escogieran a su vez, sin pararse en pelillos de linaje: podían espigar en varios campos, en todos los que se dieran ingenios bien educados, desde la presidencia del Consejo de ministros, hasta el humilde rincón de la obscura gacetilla.
No sé si a alguno de los hijos de Buenos Aires, nacidos y educados con el espectáculo de la pampa siempre abierta, le habrá ocurrido en su primer viaje en países montañosos el mismo fenómeno que a mí, esto es, serme necesario un esfuerzo para persuadirme de que en los estrechos valles, en las cuestas inclinadas, vive un pueblo, de hábitos sedentarios y con un organismo social análogo al nuestro.
Y vuestras hijas los aman más que ustedes, interrumpió Marenval. Harvey sonrió. Es cierto, dijo. Los franceses son amables, finos, bien educados... No tienen más que un defecto; el de amar demasiado á su país... Ellos no van bastante á los demás países, y hay que venir al suyo... No digo esto por el señor de Tragomer, que es un viajero infatigable.
Sé quién eres, pequeño decía . La semana pasada te vi rondando por estos sitios. ¿Diste al Señor mi recado? ¿Qué es lo que contestó? Las más de las veces los ángeles permanecían silenciosos ó balbuceaban palabras sin ilación, como niños bien educados que no quieren decir cosas desagradables á una señora. ¡Pero
Los rifeños le habían parecido muy feos en aquella corta entrevista, y tan mal educados, que imposible se hacía a toda persona decente tener trato alguno con ellos. Pidió entonces su retiro, y entró en Madrid triunfante, como Napoleón en París de vuelta de la campaña de Egipto, precedido de la fama de sus hazañas en el combate terro-naval de Cabo Negro.
Mi suegro desacredita y niega mil cosas convencionales y rutinarias. Desde Quevedo acá, se ha tenido por corriente que los escribanos sean rapaces, taimados, venales y, por añadidura, feos como demonios, zanquilargos, flacos, largos de nariz y de uñas, sucios y mal educados.
Palabra del Dia
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