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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Para tengo que me han de venir a ver de cien leguas. -Bien parecerás -dijo don Quijote-, pero será menester que te rapes las barbas a menudo; que, según las tienes de espesas, aborrascadas y mal puestas, si no te las rapas a navaja, cada dos días por lo menos, a tiro de escopeta se echará de ver lo que eres. ¿Qué hay más -dijo Sancho-, sino tomar un barbero y tenelle asalariado en casa?

Don Álvaro tuvo un poco de miedo, de aprensión de miedo. «Si este hombre, pensó, enamorado de la Regenta, desairado por ella, se volviera loco de repente al verme, creyéndome su rival y se echara sobre a puñetazo limpio aquí, a solas...». Mesía recordaba la escena del columpio en la huerta de Vegallana.

4 Y tomará Eleazar el sacerdote de su sangre con su dedo, y rociará hacia la delantera del tabernáculo del testimonio con la sangre de ella siete veces; 5 y hará quemar la vaca ante sus ojos; su cuero y su carne y su sangre, con su estiércol, hará quemar. 6 Luego tomará el sacerdote palo de cedro, e hisopo, y escarlata, y lo echará en medio del fuego en que arde la vaca.

¡Señor! ¡señor! exclamó Montiño arrojándose á los pies del duque y con los brazos abiertos ; puesto que lo sois todo en España, y que yo soy inocente, porque quien mata sin querer no mata, salvadme, señor, salvadme. Levantáos, levantáos, Montiño, y nada temáis; se le echará tierra al muerto, se romperá el proceso... ¡Ah señor! ¡piadoso señor! ¡Mi vida!... Merecéis que se os ampare.

En ciertos momentos sus ojos agrandábanse con expresión de espanto, como si sintiera el contacto de algo frió e invisible en las manos crispadas que tendía ante ella. La tía Alcaparrona mostraba menos confianza que al iniciarse la enfermedad. ¡Si echara la cosa maligna que lleva aentro! exclamó mirando a Rafael.

Quando hubo vuelto á casa, le hizo ver su amigo que le habian estafado; y apuntó Babuco en su libro de memoria el nombre del mercader, para que el dia del castigo de la ciudad no le echara Ituriel en olvido.

No existe otro en toda la redondez de Cádiz respondí con especialidad para lo tocante al confesonario. ¿Pues y en el púlpito? ¿Y quién le echará la zancadilla a cantar una epístola? Es verdad. A me cautiva oírle cantar la epístola repitió D. Diego. Yo celebro mucho me dijo doña María los grandes adelantamientos que ha hecho usted en su carrera. Me incliné ante la matrona con el mayor respeto.

Si así no lo haces, mi mamá te echará al punto a la calle, y mis hermanas no podrán rogarte que vuelvas. Muy bien; tendré cuidado de cumplir el programa. ¿En dónde nos veremos? Yo iré a la Isla o nos veremos aquí, aunque la verdad... Tal vez no vuelva. Mi mamá me tiene prohibido poner los pies en esta casa. Vete a la mía, y pregunta por tu amigo don Diego, el que ganó la batalla de Bailén.

Usted, compañera, no tiene ahora más remedio que aceptar el amparo de un hombre. Sólo falta que la suerte le depare un buen hombre. ¿Se echará usted a buscarlo por ahí entre sus relaciones, o saldrá a pescar un desconocido por las calles, teatros y paseos?

Yo escribí esto; mira a quién lo das a leer: no te fíes de ningún moro, porque son todos marfuces. Desto tengo mucha pena: que quisiera que no te descubrieras a nadie, porque si mi padre lo sabe, me echará luego en un pozo, y me cubrirá de piedras. En la caña pondré un hilo: ata allí la respuesta; y si no tienes quien te escriba arábigo, dímelo por señas, que Lela Marién hará que te entienda.

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