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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Los ingleses, como sucede en todos los sitios, vehículos y líneas de excursion, estaban en mayoría, representados principalmente por una media docena de young ladies robustas, rubias, rosadas y vestidas caprichosamente.
En torno de la sala están en cuclillas una docena de jefes, arrebujados en sus albornoces. Cada uno de ellos tiene junto a sí una gran pipa y una tacita de café en una fina huevera de filigrana.
El que no llevaba una tabla, lo hacía de una docena de cañas, el que no arrastraba cuatro bongas, cargaba diez rollos de bejucos, y el que nada de esto tenía, llevaba sus manos y con ellas y su buena voluntad iba la cosa adelantando como por ensalmo. Esto en cuanto al teatro.
Y se puso a coquetear con el teniente, con el gallardo Fernando, que estaba en el balcón, de uniforme, al aire la rapada y morena cabeza, asediando a la niña con la media docena de palabritas galantes que tenía en su repertorio para los casos de conquista.
En la que menos hay 30 indios, que con sus mujeres, muchachos y muchachas regularmente pasan de 70 personas, aunque no tengan que cuidar arriba de 20.000 animales de todas especies, cuando entre españoles con una docena de peones estaría bien servida una estancia semejante.
Vistas desde las oficinas ministeriales de Méjico, constaban de una docena de miles de hombres, con casi igual número de caballos.
Además, los regalos de don Paco llueven sin descampar sobre aquella casa; ya envía un pavo, ya una docena de morcillas, ya fruta, ya parte del chocolate que le regala su merced, hecho por el hombre que viene expresamente desde Córdoba a hacerlo a esta casa.
Una docena de arqueros se deslizaron avergonzados en dirección á la tienda del gascón, despedidos por la rechifla de toda la columna, que poco después se ponía en marcha con el barón, camino del cuartel general inglés.
Un instante después, era introducido en un pequeño salón tristemente embaldosado; sobre la pálida tapicería que cubría las paredes, se oprimían una docena de retratos antiguos, blasonados con el armiño ducal; arriba de la chimenea vi relumbrar un magnífico reloj de concha incrustada de cobre, coronado por un grupo que figuraba el carro del sol.
La obra era una revista, manojo de desvergüenzas mal escritas, adornado con música populachera de aires franceses disfrazados a la chulesca. La esperanza del éxito estaba fundada en media docena de decoraciones y en los trajes de las actrices, o, más claro, en la poquísima ropa que habían de ponerse.
Palabra del Dia
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