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Y hablaba mirando a lo lejos, con cierta vaguedad conocida de Maltrana como precursora de un chaparrón de divagaciones. ¡Zaratustra, que te remontas! exclamó el joven . No nos aplastes con tus incoherencias filosóficas. Bueno estoy para remontarme. No he podido dormir en toda la noche... Estas malditas piernas; el reúma, que se me agarra a ellas como un perro rabioso. ¡Qué tiempo!

Cada vez que le sacudían de sus divagaciones y le sacaban del ensimismamiento oratorio, exigiéndole atención hacia el mundo exterior, se le hacía más violencia que si le metiesen las manos en los bolsillos y se los dejasen vacíos y vueltos del revés.

Había hecho su carrera en las oficinas de Hacienda, y toda la vida había profesado ideas contrarias al predominio de la milicia. Sostuvo siempre que las sanguijuelas del Estado no eran ellos, los empleados, sino el ejército y la marina. Para demostrarlo aducía datos, exhibía notas sacadas del presupuesto, se perdía en divagaciones burocráticas.

Arrellanose el cura en su sillón como hombre que toma súbitamente una gran resolución. Bueno, Reina; te escucho. Más vale que hablemos franca y abiertamente de lo que te preocupa que no que andes quebrándote la cabeza con divagaciones. Yo no me quiebro nada, señor cura, y no divago; únicamente pienso mucho en el amor porque... ¿Por qué? No, nada.

Gracias a Dios y a la actividad inteligente de mi marido gozo la dicha del ocio para poder cultivar un poco mi espíritu con lecturas amenas y divagaciones estéticas. El ocio es la primera condición para poder disfrutar de las manifestaciones artísticas.

Algunas veces se encargaba el mismo Raúl de la comisión y, escogiendo discretamente un momento en que Liette estaba ausente, entraba en el Correo a vaciar su morral y tragaba sin pestañear las interminables divagaciones de la viuda, que se despachaba a su gusto con aquel interlocutor complaciente... pero no desinteresado.

Por miedo a que le viesen hecho una facha, se pasaba semanas y aun meses sin salir de sus barrios; y como no tuviera necesidad imperiosa que al centro le llamase, no pasaba de la Plaza Mayor. Le azaraba continuamente la monomanía centrífuga; prefería para sus divagaciones las calles obscuras y extraviadas, donde rara vez se ve un sombrero de copa.

Los adelantos materiales han ahogado de un siglo a esta parte las disertaciones metafísicas, las divagaciones científicas; y la razón, como se clama por todas partes, ha conquistado el terreno de la imaginación, si es que hay razón en el mundo que no sea imaginaria. Los hechos han desterrado las ideas. Los periódicos, los libros.

Todo el ser se escapa, vuela, se evapora. Se es la gaviota que se zambulle, el polvo de espuma que sobrenada al sol entre dos olas, el blanco humo de aquel vapor-correo que desaparece en la lejanía, esa pequeña barca de rojo velamen dedicada a la pesca de corales, aquella perla de agua, ese jirón de bruma, todo, menos uno mismo... ¡Oh, qué deliciosas horas de semisueño y de divagaciones las que pasé en mi isla!...

Al fin, el hombre práctico, el enemigo de las divagaciones, cumplía su promesa, y el estilo de la carta tornábase conciso, con una sequedad comercial.