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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Como siempre pasa, había bulas para difuntos. En sitio privilegiado, entre la verja de madera y el altar, no sólo estaban la madrina y las señoras que habían pagado la carrera al preste, sino otras a quienes no asistía derecho alguno; y lo que es aún más digno de censura, unos cuantos hombres.

No bastó la tradicional benevolencia de los profesores para que Trabuco consiguiera hacerse licenciado en ambos derechos. Una vez le preguntaron en un examen: ¿Qué es un testamento, hijo mío? Testamento... ello mismo lo dice, es el que hacen los difuntos. Además de Trabuco le llamaban el Estudiante, por una antonomasia irónica que él no comprendía.

Algunas, vestidas de negro con una austeridad monjil, acometían desde las primeras frases el elogio o el lamento de sus difuntos maridos. Verificábase una aproximación general, como si todos en el buque despertasen de pronto, reconociéndose antiguos parientes.

Yo no lo he visto; pero como si lo hubiera visto dijo el hermano. ¿Y por eso nos hacéis rezar tanto el día de Difuntos a la hora del Rosario? preguntó la niña.

Me tuvo un día de Difuntos, y después se fue a criar a Madrid. ¡Vaya con la buena señora! murmuró Teodoro con malicia . Quizás no tenga nadie noticia de quién fue tu papá. , señor replicó la Nela con cierto orgullo . Mi padre fue el primero que encendió las luces en Villamojada. ¡Cáspita!

Para don Víctor había que guardar el cuerpo, pero al Magistral ¿no había que reservarle el alma?». Al obscurecer de aquel mismo día, que era el de Difuntos, Petra anunció a la Regenta, que paseaba en el Parque, entre los eucaliptus de Frígilis, la visita del Sr. Magistral. Enciende la lámpara del gabinete y antes hazle pasar a la huerta... dijo Ana sorprendida y algo asustada.

Y créete que lo poco que hice tiene mérito, porque en es un sacrificio cualquier niñería de este género, mientras que en esa señora no lo es, por estar muy acostumbrada a revolverse entre enfermos y difuntos, como las hermanas de la caridad. Habías de verla. Y siempre con su carita tan sonrosada, y aquel pasito ligero y vivaracho.

Se ha murmurado, se ha dicho que las hijas de confesión del Magistral no deben de temer su manga estrecha cuando asisten al Don Juan Tenorio, en vez de rezar por los difuntos. ¿Se ha hablado de eso? ¡Bah! En San Vicente, en casa de doña Petronila que ha defendido a usted y hasta en la catedral. El señor Mourelo dudaba de la piedad de doña Ana Ozores de Quintanar....

Palabra del Dia

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