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Actualizado: 10 de julio de 2025
La complicacion de los objetos entre sí, trae consigo esa complicacion de conocimientos; y la unidad de las leyes que rigen diferentes órdenes de seres, aproximan todas las ciencias y las encaminan á formar una sola. ¡Quién nos diera ver la identidad de orígen, la unidad del fin, la sencillez de los caminos!
Respecto del primero, si no quedara en muchas cartas prueba de autenticidad, la diera el estilo, que, bien decía el autor, no se confunde con otro.
«Chiquilla, ¿me das la mano del almirez? Esta bota tiene un clavo tremendo, pero tremendo, que me ha dejado cojo». Papitos cogió la mano del almirez, haciendo el ademán de machacar al señorito la cabeza. «Vamos, niña, estate quieta. Mira que le cuento todo a la tía. Me encargó que tuviera cuidado contigo, y que si te movías de la cocina, te diera dos coscorrones».
Tomaron la una boca de la banda Del norte, que la otra se endereza Al sur, como se diera suda y tanda Allí; y aun le quebráran la cabeza Al Ingles, que en la boca del sur anda, Y estuvo allí surgido grande pieza. Sucesos son de mar, y aun de la tierra, Que vemos que suceden en la guerra. Al fin salió el Ingles de allì primero, Sin que de nuestra Armada fué sentido.
Mirad esta orden de su señoría ilustrísima el inquisidor general. ¡Ah! ¡el inquisidor general! Sí, por cierto. ¡Y no hay remedio! No, señor. ¿Y si yo os diera diez doblones? No puedo. ¿Y si os diera veinte? Ya veis que yo los tomaría de buena gana, y que si no los tomo es porque no puedo. Decid que no me habéis encontrado. Eso sería muy bueno para que no me estuvieran viendo hablar con vos.
Sin poderlo evitar, las remedaba con mis gestos; y para contradecirlas, que era en todo cuanto hablaban, remedaba también sus voces con la mía. Las hubiera tirado con los platos de muy buena gana, y no me diera por satisfecha sin arrojarlas a escobazos del comedor.
Los ángeles con vestidos blancos, y los demonios con otros de lino y seda, entretejidos de oro ó plata: encendidas las máquinas vomitaron con gran estrépito innumerables maquinillas, que llaman cohetes, en número de más de diez mil, y no hubo ninguna que no ardiese y no diera un horrendo estallido, de suerte que parecía que ardía todo, el cielo y la tierra y el aire, conmovido todo hasta en sus cimientos.
33 Entonces el rey se turbó, y se subió a la sala de la puerta, y lloró; y yendo, decía así: ¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío! 1 Y dieron aviso a Joab: He aquí el rey llora, y pone luto por Absalón.
Allí cambió, pues, el primer billete de la resma que le diera D. Romualdo Cedrón; después de hacerse presentar diferentes artículos, hizo provisión abundante de los que creía más necesarios, y pagando sin regateo, ordenó que le llevasen a la casa de Doña Francisca el voluminoso paquete de sus compras de droguería olorosa y colorante.
Pasaban los días sin que Charito le diera noticia alguna. La desesperación le hubiese consumido, pero le alimentaba el ensueño.
Palabra del Dia
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