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Actualizado: 10 de julio de 2025
Por fin, una noche, dando pasto a la murmuración, Cristeta y su tío salieron del teatro acompañados de don Juan: delante iba la pareja enamorada y detrás el estanquero. Nadie hubo en el teatro que no diera por cierta la caída y perdición de la Morteruelo; y, sin embargo, el diablo no tenía todavía motivo para regocijarse.
Si yo pudiera hablarle decía Esteven. ¿Qué querrá de mí? pensaba don Raimundo. Parecíale muy singular que el opulento personaje diera tales muestras de su deseo de acortar distancias, cuando operaban en diversa esfera.
Si yo estuviese paralítico, si suplicase á un transeunte que me cogiera un cigarro que se me hubiese caido al suelo, y el transeunte me diera dos cigarros suyos, yo no aceptaria de ningun modo su presente, y le llamaria orgulloso, presumido, insensato tal vez.
Protestaron ellas contra el supuesto, asegurándole que lo que le había «encamado» entonces era la frialdad de la nevada, y puede que también algo del sentir que le diera el conocimiento de lo ocurrido en el monte el día antes.
Una noche, Carlini me trajo la carta para que la viera, pues había conseguido que la vieja sirvienta se la diera, mediante un prudente soborno de veinte francos. En mi pieza pusimos a calentar una pava, con el vapor despegamos el sobre y sacamos la hoja de papel que había dentro. Era de Blair.
Gemían unas, suspiraban otras, y se secaban los ojos muy á menudo con la orilla del delantal, ó con el dorso de la mano, mientras hormigueaban entre ellas los muchachos con el escozor de la curiosidad. Hablaba él con todos sin mirar á nadie, forjando los secos razonamientos á empellones, como si derribara las palabras de sus hombros y les diera el acento con los puños.
Maltrana hizo que uno de los testigos le diera unas monedas para que se fuese, y además le llamó «menino» lo único que sabía de portugués , con lo cual creyó halagarlo. Pero el «menino» se guardó los cuartos, y en vez de marcharse se pegó a él, como si adivinase la importancia de su persona.
La pobre mujer vio el cielo abierto, y por el hueco la docena de pesos, compendio hermosísimo de su felicidad en aquellos días. «Doce duros repitió D. Carlos pasando las monedas de una mano a otra ; pero no se los doy en junto, porque sería fomentar el despilfarro: se los asigno...». A Benina se le cayeron las alas del corazón. «Si se los diera, mañana a estas horas no tendría ya ni un céntimo.
Pero la paz... la paz del alma, también tiene su poesía. ¡Quién me la diera!, ¡ay, sí!, ¡quién me la diera!
Y pudiérate contar agora, si el dolor me diera lugar, de algunos que, sólo por el valor de su brazo, han subido a los altos grados que he contado; y estos mesmos se vieron antes y después en diversas calamidades y miserias.
Palabra del Dia
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