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Actualizado: 7 de junio de 2025
Los dos amantes se encontraban en la villa el día de la tragedia; y los gritos, del mismo Príncipe Zakunine, junto con la detonación del arma, hicieron acudir a los sirvientes despavoridos, a cuyos ojos apareció un tremendo espectáculo: la Condesa yacía exánime al pie de la cama, la sien derecha perforada por un proyectil, y un revólver cerca de su mano.
Y no había éste acabado de pronunciar tales palabras cuando una sábana inmensa de fuego extendió sus dos alas rojas de una a otra montaña, iluminando los bosques hasta las copas de los árboles, las peñas y la casita del guardabosque, situada a mil quinientos metros más abajo; después se oyó una detonación tan fuerte, que la tierra se estremeció hasta sus entrañas.
Volvió corriendo al huerto, pero antes de llegar, una nubecilla blanca y fina como vedija de algodón se elevó sobre las copas de los naranjos, y sonó una detonación larga y ondulada, como si se rasgase la tierra. Acababan de fusilar a Bolsón.
A veces su silueta se desvanecía entre los árboles, y entonces de pie, aterrado, hasta que su sombra salía de las tinieblas... Hacía algunos minutos que lo perdiera de vista; de pronto un relámpago siniestro iluminó los vidrios del taller, y el ruido de una detonación rasgó el silencio de la noche. La triste esposa extendió los brazos, dio un grito y cayó desplomada.
¿Sabía usted que estaban celosos el uno del otro? No. ¿Tenía usted conocimiento de que, después de haberse amado, estuvieran por largo tiempo en desacuerdo? No. ¿Qué hizo usted cuando oyó la detonación? Acudí. Esta respuesta llamó la atención de Ferpierre. Si era verdad que el Príncipe y ella habían estado juntos, ¿por qué no contestaba: «Acudimos»? ¿Sola? le preguntó. Con él. ¿Y estaba muerta?
El terreno era llano, el ambiente en calma, y los ruidos alcanzaban tan lejos en aquella estación del año que, aun después de haberle perdido de vista, continuábamos oyendo cada detonación de su escopeta y hasta el eco de su voz cuando azuzaba a sus perros o los llamaba.
Y aquí está la caja de hierro destinada á la pólvora. Ahora veréis el destrozo que vamos á hacer en la canalla. Tú, Tristán, levanta esa caja y ponla sobre el parapeto. Y tú, Simón, alza la tapa. Bien, está casi llena. Ahora dejad caer la caja al pie de la torre, entre las llamas. No bien quedó cumplida la orden resonó una detonación espantosa.
La trompeta del juicio final no hubiera producido mayor efecto entre los sitiados, que despertaron repentinamente. ¡Es Piorette! ¡Es Marcos! gritaban voces cascadas y secas, voces de esqueletos . ¡Vienen a socorrernos! Todos trataban de incorporarse; algunos sollozaban, pero de sus ojos habían huido las lágrimas. Una segunda detonación les puso en pie.
Porque supongo que la detonación que acabo de oír no ha tenido consecuencias. Salvo el orificio que mi torpeza ha abierto en el sombrero de este señor dijo humildemente Felipe, no ha sido nada; y aun ello se debe a mi falta de maestría en el manejo de las armas. Pero, ¿se ha batido usted con este caballero? preguntó asombrado el conde.
El joven, que había vuelto a cargar el fusil, disparó apuntando a unas matas que se movían, pero ningún grito siguió a la detonación. ¿Habréis matado a otro o errado el tiro? preguntó Van-Horn. Veo moverse las matas todavía dijo Cornelio . Estos tunantes saben esconderse muy bien.
Palabra del Dia
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