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Actualizado: 7 de junio de 2025


Hacia las tres de la tarde dirigió una larga mirada en torno suyo, y dijo mirando a Van-Horn: El bosquecillo está allí, detrás de aquel teck. ¡Ya están bien cerca, señor Cornelio, y oirán un disparo! gritó el piloto. ¡Ah! exclamó Cornelio . ¡Al fin voy a volver a ver a mi tío y a Hans! Levantó el fusil y lo descargó al aire; pero no le respondió ninguna detonación.

Sacó del bolsillo un largo trapo blanco, le ató al extremo de una rama y le agitó tres veces en el aire á modo de bandera. Una nueva nubecilla de humo y otra detonación indicaron á los dos amigos que su señal había sido comprendida.

Jaime creyó recibir en el pecho una piedra, un guijarro caliente que tal vez había hecho saltar el estrépito de la detonación. «¡No es nada!», pensó. Pero al mismo tiempo viose en el suelo, sin saber cómo, tendido de espaldas. «¡No es nada!», pensó otra vez.

De pronto, un relámpago desgarró la obscuridad. Ragasse dio un salto. ¡Mi capitán! ¿No está usted herido? No, tiene que volver a empezar respondió Carlos tranquilamente. Sonó otra detonación tan cerca del soldado, que éste balbució aterrado: Mi capitán, le juro a usted que no he sido yo. ¡Naturalmente!... ¿Se ha acabado? , mi capitán. Entonces, en retirada; de prisa. Dieron unos cuantos pasos.

Entonces, antes de que nadie lo pudiera evitar, el Cacho, desde la esquina de la posada, levantó su fusil, apuntó; se oyó una detonación, y Martín, herido en la espalda, vaciló, soltó a Ohando y cayó en la tierra. Carlos se levantó y quedó mirando a su adversario. Catalina se lanzó sobre el cuerpo de su marido y trató de incorporarle. Era inútil.

Cerca de ellos, al otro lado de la esquina de adobes, sonó un tiro, acompañado de un grito. El amigo de Manos Duras lanzó una blasfemia. Ya empieza el baile dijo armando su rifle y corriendo hacia el sitio donde había sonado la detonación. Rojas acababa de disparar su revólver contra el hombre que le impedía el paso.

Varios gañanes de la dehesa le reconocieron y, desde entonces, las miradas se tornaron cada vez más hostiles. Una tarde, de vuelta a su casa, al pasar junto a unos árboles, por detrás de la iglesia de Santa Cruz, oyó de pronto una fuerte detonación y a la vez breve silbido que pasó por encima de su cabeza. Volvió la mirada. A su izquierda, blanca y redonda nubecilla flotaba en el aire.

Hacia la izquierda sonó otra detonación. Carlos cayó al suelo. Ragasse se había detenido. ¿Ha pescado usted algo, mi capitán? preguntó ansioso mientras se elevaba del campamento un sordo rumor y unas sombras se agitaban en la sombra como arenas movibles. Una bala en la pantorrilla. Huye, muchacho; me han hecho mi negocio sin que hayas intervenido. ¡Oh! mi capitán... mi capitán...

Tres guardias obedecieron pero el hombre siguió de pié; hablaba á gritos pero no se le entendía. El Carolino se detuvo, creyendo reconocer á alguien en aquella silueta que bañaba la luz del sol. Pero el cabo le amenazaba con ensartarle si no disparaba. El Carolino apuntó y se oyó una detonacion. El hombre de la roca giró sobre mismo y desapareció lanzando un grito que dejó aturdido al Carolino.

Sólo a media noche creyeron sentir una lejana detonación y gritos; pero no se repitieron. El Capitán hubiera querido partir al instante; pero la oscuridad era profunda y temía extraviarse. Hubo, pues, de renunciar a su proyecto.

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