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Sonrió tristemente al oír la palabra probidad que tan mal concordaba con la irreparable desventura cuya responsabilidad pesaba, a sus ojos, sobre Oliverio. Es el más feliz de todos nosotros dijo. Y gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. Dos días después Julia pudo ya dar algunos paseos por su habitación.

Murió Moabdar, traspasado de mil heridas, y cayó Misuf en poder del vencedor. Quiso mi desventura que yo tambien fuera cogida por una partida de guerrilla hircana, que me conduxo á presencia del príncipe, al mismo tiempo que le llevaban á Misuf.

Cese la furia del rigor violento, Tuyo, Marquino, baste, triste, baste La que yo paso en la region escura, Sin que crezcas mas mi desventura.

Paréceme que ya me he detenido Con esta gente tanto, que olvidado Dirán que tengo al campo, que tendido Pintè en el arenal desabrigado. Con su memoria estoy tan afligido, Que temo de me ver en tal estado: Espérenme á otro canto de amargura, Y ayuden á llorar tal desventura.

Tambien en compañia fué ordenado Que saliese Garay que lo desea: Aquì tuvo principio, y ha probado En la guerra muy bien y en la pelea; Mas nunca supo ser considerado. Su tiempo le vendrá, cuando se lea El fin en que paró su desventura, Por quererse seguir por su locura.

A lo cual respondió el caído: -Harto rendido estoy, pues no me puedo mover, que tengo una pierna quebrada; suplico a vuestra merced, si es caballero cristiano, que no me mate; que cometerá un gran sacrilegio, que soy licenciado y tengo las primeras órdenes. -Pues, ¿quién diablos os ha traído aquí -dijo don Quijote-, siendo hombre de Iglesia? ¿Quién, señor? -replicó el caído-: mi desventura.

Fuíme con mi muger á casa del señor Orcan, que era uno de mis parroquianos; le pedímos su amparo en nuestra cuita, y se le otorgó á mi muger, y á no. Era mi muger mas blanca que los requesones que fuéron el orígen de mi desventura, y no brilla mas la púrpura de Tyro que el color que su blancura animaba: por eso se la guardó Orcan, y me echó de su casa.

Estas eran las últimas palabras. ¿No debía completarse la frase de esta manera: «o morir para evitar el pecadoLa lectura de las memorias había demostrado al juez Ferpierre que la Condesa d'Arda se encontraba en situación de tener que pensar en la muerte como el único término de su desventura.

La Fontana, por desgracia en aquella ocasión, era enemiga declarada de la retórica, y más enemiga aún de las frases hechas, de los lugares comunes y de esos preámbulos oficiosos, neciamente corteses y en extremo fastidiosos de la oratoria académica. El exordio fué largo: otra desventura. Algunas voces dijeron: "Al grano, al grano."

»La que yo le relataba, no podía tener en mis labios más que un objeto solo: el de dársela a conocer como una desventura mía, necesitada del dictamen sesudo y de los consuelos cariñosos y desinteresados de «un buen amigo». Mi derecho no alcanzaba a más..., ni siquiera a disminuir un poco los motivos que yo tenía para sentir allá dentro, muy adentró, el frío de aquella inalterable serenidad, por más que este detalle fuera suceso previsto como posible en mi programa.