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Actualizado: 9 de junio de 2025


Al cabo de muchas horas de aplanamiento y laxitud, doña Inés pareció reanimarse, abrió los ojos y cambiando de postura murmuró algunas frases incoherentes. Entonces Luciano alargó la mano hacia la mesa, cogió el frasco, lo destapó... y enseguida, de pronto, bruscamente, como acobardado, volvió a dejarlo de golpe donde estaba.

770 "Si buscás vivir tranquilo dedicate a solteriar más si te querés casar, con esta alvertencia sea: que es muy difícil guardar prenda que otros codicean." 771 "Es un bicho la mujer que yo aquí no lo destapo, siempre quiere al hombre guapo; mas fijate en la eleción, porque tiene el corazón como barriga de sapo."

Paco Gómez levantó el canasto, lo destapó por completo y fue exhibiendo a sus amigos el infante dormido. Estalló una tempestad de exclamaciones. ¡Angelito! ¿Quién habrá sido la infame?... ¡Pobrecito de mi alma! ¡Qué corazones de hiena, Dios mío! ¡Miren qué hermoso es! ¿Habrá mucho tiempo que lo han expuesto? Estará aterida la criatura. Paco, déjeme usted tocarlo.

El maestro Águila, después de toser varias veces, comenzó un rasgueo, interrumpido de vez en cuando por las escalas gimeantes de la cuerda prima. Uno de los esbirros de don Luis destapó botellas y ordenó las filas de cañas, ofreciendo estos tubos de cristal, llenos de líquido dorado con una corona de burbujas. Las mujeres, atraídas por la guitarra, llegaron corriendo de la cocina.

Carola, pensando que todo aquello pudo ser y no sería jamás suyo, lo contempló despreciativamente, escupió sin mirar dónde, y encarándose con don Quintín, dijo con gran sorna: Este es lujo para mujeres malas. Oye, galán, ¿y que has traído en esos papeles? Deshizo él los paquetes, destapó la botella, y extendiendo la mano, repuso triunfalmente: Mira.

Estas últimas palabras las pronunció con un acento de orgullo y ternura a la vez que mostraban bien clara la alegría que rebosaba de su inocente corazón. Vino el champagne y los cigarros, se destapó una botella y luego otra, y la misma desposada lo escanció y lo sirvió a sus servidores. El tío Leandro, con una copa del vino chispeante en la mano, tomó de nuevo la palabra.

El Rey empezó a hablar de lo que se proponía hacer; Sarto, de lo que había hecho; Tarlein se destapó por unas aventuras amorosas, y a me dio por encomiar los altos méritos de la dinastía de los Elsberg. Hablábamos todos a la vez y seguíamos al pie de la letra la máxima favorita de Sarto: mañana será otro día. Por fin, el Rey puso su copa sobre la mesa y se reclinó en la silla.

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