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Actualizado: 20 de junio de 2025


Estaba tranquilo, y como hablara de algo distinto de aquellas manías de la emanación del alma y de la doctrina que iba a predicar, se expresaba con seso y hasta con donaire. Poco a poco iban siendo menos los ratos de extravío, y se pasaba largas horas completamente despejado y tratando de cualquier asunto con discreta naturalidad.

Quien quiera que haya leido á Mr. Voltaire conocerá un hombre de imaginacion grande, vehemente, fecunda: de un ingenio vivo, despejado, agudo, pronto: de una letura vaga de libros modernos, limitada, y muy superficial de los antiguos originales: una instruccion vasta de las cosas presentes, sin ahondar en las Ciencias, ni en sus principios, ni fundamentos: en conclusion un talento que los Franceses llaman bel sprit.

Leídas todas las sentencias se hizo la abjuración y reconciliación a su tiempo, y concluida la Misa, como se acostumbraba se restituyó el Tribunal con la misma comitiva que antes, a su casa, bien que por otras calles y con menos dificultad que a la ida por haber despejado ya en gran parte el número excesivo de gente que había acudido a la función. Allí en la pieza del Tribunal el Muy Ilustre Sr.

¿Cómo es posible que ese hombre tan despejado, tan penetrante, tan instruido, no haya podido mejorar su fortuna, ó haya perdido la que tenia, cuando ese otro tan encogido, tan torpe, tan rudo, ha hecho inconcebibles progresos en la suya? ¿No debe esto atribuirse á la casualidad, á fatalidades, á mala estrella?

Eran pasadas las once de la mañana cuando Ramiro y su criado dejaron la ciudad, tomando, hacia la izquierda, el camino exterior que corre, por la parte de Mediodía, al pie de los muros. El muchacho caminaba por delante con el gesto despejado y feliz, y aunque llevaba el estómago más hueco que un atambor, su instinto atisbaba cierto olorcillo de aventura que hacía para él las veces de sustento.

Se encuentra en actividad y es difícil verlo despejado de nubes, las cuales lo ocultan casi constantemente, efecto de su gran altura, proximidad á los focos de grandes emanaciones y atracción que ejerce sobre los frecuentes chubascos que vierten sobre la provincia de Albay.

Y montando con más arrojo que donaire y acompañada de su robusto marido, partióse al trote corto, y es fama que durante el camino no dirigió la palabra á su consorte. Volvió Laura á la soledad de su cuarto. El día seguía despejado y caluroso. Era la hora de la siesta. Los ruidos del campo se habían apagado por completo.

¡Ah, Cervantes!... ¡Ya! exclamó D. Nemesio abriendo mucho los ojos para expresar que no era insensible a este nombre. Y luego, encarándose conmigo, me preguntó con interés: Cervantes era un hombre muy despejado, ¿verdad? No, señor respondí bruscamente, echándome a dormir y tapándome con la manta. Comenzó a clarear el día en Despeñaperros.

Uno de ellos, el P. Melchor, se atrevió a decir con sonrisita de suficiencia: Señora, permítame usted que no reconozca talento en quien no admite las verdades de nuestra santa religión. A lo menos fue el primero en su cátedra y pasaba entre sus profesores por un chico despejado. Y lo será, señora, dijo el P. Gil, a quien el tonillo agresivo de su compañero había disgustado.

Vamos al pueblo dijo Ugarte a ver si encontramos algo que comer. El cielo estaba despejado y lleno de estrellas; los charcos, helados; el suelo, endurecido por la escarcha. El viento frío soplaba con fuerza. Nos acercamos a la aldea. Era ésta de pocas casas. Los perros ladraban en el silencio de la noche. Pasamos por delante de una casita pobre con dos ventanas iluminadas.

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