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Actualizado: 1 de junio de 2025
Las miradas de Luciana me imploraban y me daban las gracias al mismo tiempo, mientras leía yo en ellas no sé qué sombrío y trágico que me espantaba. ¿Qué me oculta? me pregunté. Tenía el presentimiento de que no me lo había dicho todo. La buena señora de Grevillois, entretanto, me colmaba de cumplidos y de excusas por verse obligada a despedirme.
Durante un largo rato retuve su mano entre las mías, sintiendo cierta satisfacción, supongo, en repetir de esta manera lo que tantas veces había hecho en otro tiempo, ahora que ya tenía que despedirme para siempre de todas mis esperanzas y aspiraciones.
«Cuando te despedí pocos días ha desde el castillo, devolviéndote la libertad y mandándote y exigiéndote que la recobrases, no tuve valor aún para despedirme también de la esperanza de volver a verte en este mundo, ¡oh mi dulce y joven amigo! Tomada estaba ya y escondida en el centro de mi alma la firme resolución de no volver a verte nunca; pero no quise decírtelo hasta ahora.
Al fin, yo llamaba ya «señora» a la abadesa, «padre» al vicario y «hermano» al sacristán, cosas todas que con el tiempo y el curso alcanza un desesperado. Empezáronme a enfadar las torneras con despedirme y las monjas con pedirme. Consideré cuán caro me costaba el infierno, que a otros se da tan barato y en esta vida, por tan descansados caminos.
»Al despedirme, el marido me estrechó con efusión la mano entre las dos suyas. No me atreví a tendérsela en seguida a la mujer; pero, en cambio, ¡qué asombro!, me tendió ella la suya. No se la besé, porque no lo juzgara sospechoso por excesivo; pero mis ojos, mal enjutos todavía, volvieron a llenarse de lágrimas.
Encontrola en estas palabras: «Usted me es muy antipático. Déjeme usted en paz. ¡Y tiene el atrevimiento de despedirme! exclamó Botín con sarcasmo . Usted que estaba muerta de miseria cuando yo...». Isidora sentía que venían llamas a su lengua. No pudo contenerse, y abrasó a Botín con estas palabras: «Su dinero de usted no basta a pagarme... Valgo yo infinitamente más...».
No supe como disculparme; murmuré torpes excusas, alabé una pieza que no había yo escuchado, y me levanté para despedirme. Habló don Carlos de Villaverde, del día de la Cruz, del paseo en la Alameda y en la colina del Escobillar, y de la fiesta del Cinco de Mayo.
En las entrañas hueras de la caja dejó Fernando un billete que no era, por cierto, de Banco, y que decía: «Tengo que marchar inmediatamente, sin tiempo para despedirme, y llevo este dinero porque lo necesito y porque algo he de disfrutar yo de la herencia de tío Manuel....»
Cuando concluí de almorzar, me levanté para despedirme de mis huéspedes. Ellos, por su gusto, me hubieran retenido todavía un rato, para hablar de Mauricio, pero iba atardeciendo, estaba lejos el molino, y era necesario emprender la marcha. El viejo se había puesto de pie al mismo tiempo que yo. Mamette, trae mi sobretodo. Voy a acompañarlo hasta la plaza.
Luego que hube tomado pasaje en el vapor Malacca volví á despedirme del Cónsul Pratt, quien aseguró, que antes de entrar en el Puerto de Hong-kong me recibiría secretamente una lancha de la escuadra americana con el fin de evitar la publicidad, sigilo que también yo lo deseaba. Partí para Hong-kong en dicho vapor las 4 de la tarde del mismo dia 26.
Palabra del Dia
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