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Actualizado: 17 de noviembre de 2025


Y su veneración á los poderosos le hacía considerar las injurias contra el admirado personaje con más vehemencia que si fuesen dirigidas á su propia familia. Una noche, estando en el comedor, abandonó su mutismo trágico. Varios sarcasmos dirigidos por Desnoyers contra el héroe agolparon las lágrimas en sus ojos.

Pero mejor será que te marches. La guerra va á ser dura, muy dura, y si París intenta resistirse como la otra vez, presenciaremos cosas terribles. Los medios ofensivos han cambiado mucho. Desnoyers hizo un gesto de indiferencia. Lo mismo que tu padre continuó el profesor . Anoche, él y tu familia me contestaron de igual modo.

Cinco años llevaba Desnoyers en la casa, cuando un día entró en el escritorio del amo con el aire brusco de los tímidos que adoptan una resolución. Don Julio, me marcho, y deseo que ajustemos cuentas. Madariaga le miró socarronamente. ¿Irse?... ¿por qué? Pero en vano repitió sus preguntas. El francés se atascaba en una serie de explicaciones incoherentes. «Me voy; debo irme

Le había inquietado mucho la idea de que permaneciese en París. ¡Con las revoluciones que habían ocurrido allá en los últimos tiempos!... Desnoyers quedó dudando, como si hubiese oído mal. ¿Qué revoluciones eran esas?... Pero el oficial había pasado sin más explicación á hablar de los suyos, creyendo que Desnoyers sentiría impaciencia por conocer la suerte de la parentela germánica.

Desnoyers sentía cierta indecisión ante sus dos criados, personajes correctos, solemnes, siempre de frac, que no ocultaban su extrañeza al ver á un hombre con más de un millón de renta entregado á tales funciones. Al fin, eran las dos doncellas cobrizas las que ayudaban al patrón, uniéndose á él con una familiaridad de compañeras de destierro. Cuatro automóviles completaban el lujo de la familia.

Lo adivinó en su gesto... Pero cada uno de ellos, con la preocupación de matar para seguir viviendo, no podía reunir sus recuerdos. Desnoyers hizo fuego con la seguridad de que mataba á una persona conocida.

Desnoyers vió hombres, muchos hombres, hombres por todas partes. Eran á modo de hormigueros grises que desfilaban y desfilaban hacia el Sur, saliendo de los bosques, llenando los caminos, atravesando los campos.

Que piense lo que quiera concluyó Margarita animosamente , que me desprecie. Yo estoy aquí; donde debo estar. Necesito su perdón; y si no me perdona lo mismo seguiré á su lado... Hay momentos en que deseo que no recobre la vista. Así, me necesitaría siempre, podría pasar toda existencia á su lado sacrificándome por él... ¿Y yo? dijo Desnoyers.

Y el domingo por la tarde, cuando con sus tres compañeras de «sitio» tomaba el sol en el Bosque de Bolonia entre millares de parisienses, se enteró por los extraordinarios de los periódicos que el combate que se había desarrollado junto á la ciudad y se iba alejando era una gran batalla, una victoria. He visto mucho, Madama Desnoyers... Puedo contar grandes cosas.

Un carruaje tirado por cuatro caballos se llevaba á la señora y las señoritas con los últimos trajes y sombreros llegados de Europa á través de las tiendas de Buenos Aires. Por indicación de Chicha, iba Desnoyers con ellas, tomando las riendas al cochero. El padre se quedaba para recorrer sus campos en la soledad del domingo, enterándose mejor de los descuidos de su gente.

Palabra del Dia

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