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Actualizado: 17 de noviembre de 2025


Pero ¿ crees que habrá guerra? preguntó Desnoyers. La guerra será mañana ó pasado. No hay quien la evite. Es un hecho necesario para la salud de la humanidad. Se hizo un silencio. Julio y Argensola miraron con asombro á este hombre de aspecto pacífico que acababa de hablar con arrogancia belicosa.

Gracias á sus ahorros, un corredor del puerto le ofreció el embarque sin papeles en tres buques. Uno iba á Egipto, otro á Australia, otro á Montevideo y Buenos Aires; ¿cuál le parecía mejor?... Desnoyers, recordando sus lecturas, quiso consultar el viento y seguir el rumbo que le marcase, como lo había visto hacer á varios héroes de novelas.

Como si hubiese aguardado este momento de impunidad, una voz estentórea surgió de la última cubierta con acompañamiento de ruidosas carcajadas. «¡Hasta luego! ¡Pronto nos veremos en París!» Y la banda de música, la misma banda que trece días antes había asombrado á Desnoyers con su inesperada Marsellesa, rompió á tocar una marcha guerrera del tiempo de Federico el Grande, una marcha de granaderos con acompañamiento de trompetas.

Se adivinaba en él una existencia anterior de tranquila y vulgar sensualidad, una dicha burguesa que la guerra había cortado rudamente. ¡Qué vida, señor! siguió diciendo . Que Dios castigue á los que han provocado esta catástrofe. Desnoyers casi estaba conmovido.

Las preguntas de Desnoyers eran contestadas por el viejo. ¿Fulano?... había sido herido en Lorena y estaba en un hospital del Sur. ¿Otro amigo?... muerto en los Vosgos. ¿Otro?... desaparecido en Charleroi. Y así continuaba el desfile heroico y fúnebre. Los más vivían aún, realizando proezas.

No, no era cierta la afirmación del centauro. En tiempos normales, tal vez. Lejos del país de origen y cuando no corre éste ningún peligro, se le puede olvidar por algunos años. Pero él vivía ahora en Francia, y Francia tenía que defenderse de enemigos que deseaban suprimirla. El espectáculo de todos sus habitantes levantándose en masa representaba para Desnoyers una tortura vergonzosa.

Era una americana del Norte, de edad problemática, entre los treinta y dos y los cincuenta y nueve años, siempre con faldas cortas, que al sentarse se recogían indiscretas, como movidas por un resorte. Varios bailes con Desnoyers y una visita á la rue de la Pompe representaban para ella sagrados derechos adquiridos, y perseguía al maestro con la desesperación de una creyente abandonada.

El «viejo» querría tenerle largas temporadas fuera de París; pero acabó por conformarse, pensando en que esto daría ocasión á frecuentes viajes en automóvil. Desnoyers se acordaba de los parientes de Berlín. ¿Por qué no había de tener su castillo, como los otros?... Las ocasiones eran tentadoras. A docenas le ofrecían las mansiones históricas.

Pero ¿tan seguros estáis de la victoria? preguntó Desnoyers . A veces, el destino ofrece terribles sorpresas. Hay fuerzas ocultas con las que no contamos y que trastornan los planes mejores. La sonrisa del doctor fué ahora de soberano menosprecio.

El soldado disparó su fusil contra Desnoyers, hiriéndole en un hombro. Acudieron los franceses, matando al ordenanza. Luego cruzaron un vivo fuego con la compañía enemiga, que había hecho alto más allá mientras su jefe exploraba el terreno.

Palabra del Dia

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