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Actualizado: 2 de junio de 2025
Aunque siembren de espinas su camino y a palmos se disputen el terreno, cumplirán como bravos su destino, predicando la ley del Nazareno. ¿Quién se opondrá al espíritu divino de que su corazón se siente lleno? Y a la Cruz santa que en sus diestras brilla ¿quién habrá que no doble la rodilla? ¡La Cruz! Esa es la luz que los encanta por los tristes desiertos de la tierra. ¡La Cruz!
Nada; un punto. Y todas las ciudades, y todos los agujeros donde el hombre, esa hormiga, fabricaba su albergue, ¿qué eran comparados con los bosques vírgenes, los desiertos, las cordilleras, los vastos mares?... Nada.
Era más de la una de la noche cuando terminó su correspondencia. La noche estaba tormentosa, y al acercarse a una ventana, vio los relámpagos que recorrían el horizonte, y rozaban silenciosamente el mar. Por intervalos, truenos lejanos, semejantes al mugido del león en los desiertos de África, mezclábanse a la fiesta.
Ese pueblo formal y satisfecho, lleno de heroísmo y de fe, ingénita en España largo tiempo hacía, se presenta á nuestra vista en su vida y en sus obras; y á su lado, el otro, que como un fuego destructor, habían abortado los desiertos de la Arabia, olvidando pronto su ferocidad natural bajo un cielo más benigno, y construyendo sus mágicos palacios en los jardines encantados de Andalucía.
Hasta un poco mas abajo del brazo ó canal de Loba la desolacion es completa y su espectáculo aflige profundamente el corazon del viajero. A juzgar por las relaciones de los viajeros del Asia, se cree uno trasportado al fondo de sus interminables desiertos, descendiendo el Eufrates y oprimido por la majestad de una soledad asombrosa.
No teníamos el luteranismo que dejaba desiertos en Francia los templos católicos y los talleres de los artífices criados á su sombra; tampoco abundancia escesiva de catedrales y otros edificios religiosos; al contrario, los cabildos, los prelados, los príncipes, rivalizaban en la ereccion de templos suntuosos.
Pablo y Gregoria llegaron silenciosos a la casa paterna, que entonces más que en ocasión alguna, parecía convento de cartujos; y empujando la puerta entornada, atravesaron el zaguán y el patio desiertos, donde algunas plantas amarilleaban ya bajo el cielo nublado de otoño, y entraron en la alcoba de don Aquiles.
Después de haberme extraviado diez veces en el barrio de París que conocía mejor llegué a los muelles. No encontré en ellos a nadie. París entero dormía como duerme de tres a seis de la mañana. La luna alumbraba los muelles desiertos, huyendo hasta perderse de vista. Apenas hacía frío: estábamos en marzo.
Una noche, estando en Marsella de paso para Egipto, Mina quiso pasear por el Puerto Viejo, á la luz de la luna. ¡Ver los buques antiguos del Mediterráneo dormidos sobre las aguas de plata! ¡Creerse en tiempos de la Odisea al contemplar las filas de pequeños veleros procedentes de Grecia!... Los muelles desiertos resultaban peligrosos después de media noche.
El nochiero llama el Dante al sombrío pasante de las almas perdidas... Siento un rumor lejano, un apagado murmurar, el tenue choque de maderas contra las piedras. Avancemos; al doblar una esquina, aparecen unos quince o veinte hombres, ocupados en colocar los atriles de una orquesta frente a los balcones desiertos de una casa envuelta en la oscuridad.
Palabra del Dia
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