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Actualizado: 2 de junio de 2025
Nos decía que en el fondo del mar hay, como en la tierra, bosques, praderas, desiertos, montañas, volcanes, islas madrepóricas, barcos sumergidos, tesoros sin cuento y un cielo de agua casi igual al cielo de aire. A todo esto, muy verdad, unía las invenciones más absurdas. Algunas veces decía el mar se levanta como una pared, y en medio se ve un agujero como si estuviera lleno de perlas.
Ella y sólo ella puebla nuestros desiertos, compra y consume nuestros productos, reemplaza las deficiencias de nuestra industria, nos presta su dinero, su genio y su ciencia; es, en una palabra, el artífice de nuestro progreso. En cambio, ¿qué recibimos de ustedes, señores?
Las razas americanas viven en la ociosidad y se muestran incapaces, aun por medio de la compulsión, para dedicarse a un trabajo duro y seguido. Esto sugirió la idea de introducir negros en América, que tan fatales resultados ha producido. Pero no se ha mostrado mejor dotada de acción la raza española cuando se ha visto en los desiertos americanos abandonada a sus propios instintos.
De este modo, el trabajo lo ha cambiado todo en el pueblo; y sin la guerra, que ha hecho sentir hasta estos desiertos su devastadora influencia, ya mis pobres feligreses, menos escasos de recursos, habrían mejorado completamente de situación; sus cosechas les habrían producido más, sus ganados, notablemente superiores a los demás del rumbo, habrían tenido más valor en los mercados, y la recompensa habría hecho nacer el estímulo en toda la comarca, todavía demasiado pobre.
Parece que el hombre hubiera huido de aquellos desiertos del bajo Magdalena, como de una tierra maldita, donde el sol devora, el suelo es un arenal inmenso mas ó ménos poblado de árboles medio desnudos.
Quedarían en pie los palacios del ensanche, la ría prodigiosa con su puerto, que parece esperar las escuadras de todo el mundo: pero los palacios estarían desiertos, el abra, con sus contados barcos, tendría la triste grandeza de una jaula inmensa sin pájaros, y las fundiciones, los altos hornos, los cargaderos, serían ruinas, con sus chimeneas rotas, como esas columnas solitarias que hacen aún más trágica la soledad de las metrópolis muertas.
He aquí, pues, la pobreza; no ya la pobreza oculta, orgullosa y poética que mi imaginación soportaba valientemente á través de los grandes bosques, de los desiertos y de las llanuras, sino la miseria positiva, la necesidad, la dependencia, la humillación, y algo peor todavía: la amarga pobreza del rico caído, la pobreza de frac negro que oculta sus manos desnudas á los amigos que pasan.
Y afirmando que sin más razón que su capricho se había ido paseando y tal vez vagaba por los desiertos y cercanos cerros, pronosticaba que cuando se cansase de vagar volvería a la población como tal cosa. Ni en toda aquella noche ni durante el día inmediato se cumplió, sin embargo, el pronóstico de doña Inés.
Magdalena no tenía ya miedo y además confiaba en mí de un modo absoluto; así, que no hizo la menor observación y me siguió sin temor por una senda que yo creía conocer, la cual me condujo a otra, y ésta a una encrucijada, para ir por fin a perdernos en un dédalo de caminos muy pintorescos, pero no menos desiertos.
No esperó la respuesta el P. Provincial, sino que se puso luego en camino hacia el Mamoré, acompañado del P. Zea, que después de cinco meses de trabajosas Misiones en aquellos desiertos, se ofreció á servirle de guía; y lo que causa más admiración es que estaba resuelto, si no estuviese pronto el barco del P. Arce, á hacer algunas canoas y conducir en ellas al P. Vice-Provincial hasta la Asunción, por medio de tantos peligros y enemigos.
Palabra del Dia
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