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Actualizado: 2 de junio de 2025
Creo tener una vigorosa experiencia de hoteles y posadas; conozco en la materia desde los palacios que bajo ese nombre se encuentran en Nueva York, hasta las chozas miserables que en los desiertos argentinos se disfrazan con esa denominación.
Desvelado, en las altas horas de la noche, se levantó de su mezquino lecho, se vistió precipitadamente el sayal, encendió con eslabón, yesca y pajuela, una lamparilla de hierro, salió de su celda, atravesó los claustros desiertos y sombríos, se dirigió a la puerta de la celda del Padre Ambrosio, y llamó golpeando en ella.
Los que subían o bajaban, al pasar por la tienda abandonada echaban una mirada a los desiertos estantes y al escaparate cubierto de polvo y cerrado por fuera con tablas viejas y desvencijadas. Sobre el mostrador, pintado de color de chocolate, un velón de petróleo alumbraba malamente el triste almacén cuya desnudez daba frío.
Comenzaba por dudar de la virtud del sacerdote y llegaba a dudar de la iglesia, de muchos dogmas.... Pero entonces corría a la iglesia. Saltando charcos, desafiando chaparrones iba de parroquia en parroquia, de novena en novena, y pasaba también mucho tiempo en la nave fría de algún templo a la hora en que los fieles solían dejarlos desiertos. Se sentaba en un banco y meditaba.
Además, le pareció un digno final de su hazaña ofrecer á los enemigos, si es que le seguían, la ocasión favorable de atacarle en los muelles desiertos. El demonio de la soberbia soplaba en sus orejas: «Así verán que no les tienes miedo.» Y marchó resueltamente hacia el puerto, pasando sobre rieles de ferrocarril, contorneando los muros de largos almacenes, metiéndose entre montañas de mercancías.
Pertenece a los Nuezvanas que no salieron nunca de la península, esperando los tesoros de los Nuezvanas indianos y medrando políticamente con los méritos de sus conquistas, exploraciones y hazañas en los desiertos de Indias. Por todas estas circunstancias, misia Melchora, a semejanza del grande, de España, viene a ser «la grande» de Buenos Aires.
Las familias huían al monte al ver en lontananza a los representantes del rey; los pueblos quedaban desiertos y caían en ruinas. El hambre entraba hasta en el palacio real, y Carlos II, señor de España y de las Indias, no podía algunos días dar de comer a la servidumbre. El embajador de Inglaterra y el de Dinamarca tenían que salir con criados armados a buscar pan en las cercanías de Madrid.
Dejamos las canoas y el Paraná para ir por tierra en la provincia de la nacion de Tupís, donde empieza la jurisdiccion del rey de Portugal: el camino dura seis meses enteros, y hay en él muchos desiertos, montes y valles que pasar, tan llenos de fieras, que de miedo no podíamos dormir seguramente. Los indios de esta nacion se comen á sus enemigos.
Hácia el sud se comunicaban con los Sirionos de las selvas de Santa-Cruz; al sudeste con los Chapacuras; al oeste con los Yuracarees, y hácia el norte con los Movimas, los Canichanas y los Itonamas. Separados por inmensos desiertos, los Baures y los Moxos habian cortado sus relaciones desde muy largo tiempo.
Recordaba las selvas y los desiertos de mi patria, donde la naturaleza reina sola en todo su esplendor; donde faltan el cultivo, el arte, la prevision y los monumentos que atestiguan un colosal progreso y la actividad de la vida industrial; y la comparación me afligia profundamente.
Palabra del Dia
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