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Actualizado: 11 de mayo de 2025
El primer día, después de una comida excelente, nos dijo: "Esta noche hay ópera: se canta Otello, por Jenny Hawkins, que hace de Desdémona, y el gran tenor italiano Novelli, en el personaje del moro. Iremos, si queréis, á oirlos en mi palco. Si os aburrís, volveremos á casa ó nos iremos al círculo Californiense; como queráis."
Adelaida cantó al arpa el aria de Desdémona, assisa al pie d'un salice, con un gusto y afinación que encantaron al rey Buby. No era Adelaida bonita, pero tenía modales muy distinguidos, y hacía oscilar su rabo con cierta melancólica coquetería, que revelaba, sin duda, alguna pena secreta.
A poco entró doña Desdémona preguntando por su marido, y pudo observar el joven que Ballester le hizo señas, llamándole la atención sobre la presencia de Maxi, pues la señora empezó diciendo: «¿Ha ido otra vez a la Cava?». Aquello se arregló y doña Desdémona invitole a que la acompañase a su casa, lo que él hizo de bonísima gana, remolcándola del brazo por la escalera arriba.
Está hecho un Salomón. Doña Desdémona, cuando surge alguna dificultad en su república de pájaros, le llama, y lo que él dice, se hace. Vaya, que hoy estamos de vena. Ojalá fuera verdad lo que usted dice. Yo me alegraría mucho, con tal que no se acordara de mí para nada, ni supiera que estoy viva. Pues eso sí que no lo logra usted... Todo lo sabe. ¡Ay, no me lo diga, por Dios!
Tiene que enviar un recado a Lupe». Subió el pobre chico, y doña Desdémona le hizo esperar un ratito, pues estaba ayudando a su marido a desnudarse. Acababa de entrar, muy fatigado; le llamaron a las doce y hasta aquella hora no había podido volver a casa.
El día de San Eugenio propuso doña Casta ir de merienda al Pardo; pero las de Rubín no querían ni oír hablar de nada que a diversión se pareciese. Bueno tenían ellas el espíritu para meriendas. Fueron las Samaniegas con doña Desdémona, Quevedo y otros amigos. Por la noche, doña Casta se empeñaba en que todas habían de comer bellota, de la provisión que trajo. Estaban de tertulia en casa de Rubín.
Se produjo un profundo silencio, el pianista preludió y Jenny Hawkins, como para acentuar el desafío lanzado á Tragomer, cantó el Ave María de Otello, que el joven había oído en San Francisco, en aquella velada memorable. La cantante detalló deliciosamente las angustias y las súplicas de Desdémona. Su pura y hermosa voz parecía haber ganado en flexibilidad y en extensión.
Desempeñaba el papel de Yago con un arte feroz. Solamente que era á Desdémona á quien dedicaba sus envenenadas confidencias. Todo lo que tu ciega confianza le hacía saber de tus negocios ó de tus placeres, venía á repetírmelo. Yo quería alejarle, porque me torturaba, pero tenía sed de saber y me prestaba á sus delaciones creyendo aprovecharlas para conservarte.
A esta altura estaban sus cavilaciones, cuando Maxi le llevó la noticia que le diera doña Desdémona. Lo primero en que doña Lupe puso su atención inteligente fue en la cara del joven al dar el recado, y se pasmó de su impavidez, a pesar de que demostraba penetrar el sentido recto de la alegoría empleada por la señora de Quevedo.
Contestó evasivamente, y a poco se retiraron, no sin que doña Desdémona invitase al joven a pasar en su casa la mañana siguiente. Le enseñaría todos sus pájaros y le daría de almorzar.
Palabra del Dia
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