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Actualizado: 29 de junio de 2025
Y como el dinero allí no era posible hallarle, ni con candil, Agapo desaparecía por meses enteros, sin dejar rastros; ya se le daba por muerto, cuando otra vez volvía, para escurrirse al día siguiente, sordo a las amonestaciones de su hermano mayor y a los ruegos de Pilar, y aun a los golpes de ambos, entregado a la vagancia y a todos los vicios que ella engendra, sin reconocer más ley que su santa voluntad.
Durante este tiempo, madama Scott conversaba con el cura, y Juan, mientras respondía a las preguntas de los niños, no dejaba de mirarla. Llevaba un traje de muselina blanca, pero ésta desaparecía bajo una verdadera avalancha de voladitos de valencianas. La bata estaba abierta en cuadro por delante.
El cochero observaba con cierta tristeza que la raza de los animalitos de papel desaparecía cada año como si tambien les atacase la peste como á los animales vivos.
Contemplándole, chispeaba el amor en los ojos de Luz; oyéndole hablar enamorado, el fulgor desaparecía tras un velo de negras tristezas. Se la atormentaba con lo que creíamos infundirla alientos, y había que desistir de la empresa. ¡Cómo nos descorazonaba esto!
El amor era para ellos una navegación, y en su ruta iban derramando torrentes de fecundidad. El agua desaparecía bajo la abundancia del flujo materno, en el que nadaban racimos de huevos. Al surgir el sol, el mar aparecía blanco hasta perderse de vista: blanco de jugo masculino. Las olas eran grasientas y viscosas, repletas de vida que fermentaba rápidamente.
Y como no llegaba ninguna queja, don Roque se abstenía de averiguar la lejana procedencia de aquellos animales. Luego huían de pronto los compañeros de Manos Duras, y éste continuaba su vida solitaria, ó desaparecía igualmente de su rancho por algún tiempo, con gran satisfacción del comisario.
La luz de aquella tarde triste de febrero desaparecía con rapidez, y al darnos vuelta lentamente para bajar e informar al gerente del establecimiento del fin desgraciado que había tenido un pasajero, noté que en un rincón estaba la maleta del muerto, y las llaves colocadas en sus cerraduras.
Quisiera hacer como todos hoy pensaba el joven, reirme, gozar... ¡parece que soy yo solo el triste y el desgraciado! ¡ay, no! que están mis viejos, que ya no volverán a reír ellos tampoco... ¿por qué he tomado esta calle? iré por el río, es más solitario... pero, antes, pasaré por casa de Susana, quiero despedirme de ella: ¡cuántas veces he seguido este camino! en esta cigarrería entraba a comprar cigarros, en aquella esquina me esperaba el italianito vendedor de diarios: daba luego mis tres paseos frente a la casa de Esteven: ella, en el balcón o detrás de la celosía, me miraba y me sonreía, y así que desaparecía, me iba al escritorio de Jacinto, y después a la Bolsa, ¡la Bolsa! ¿por qué habré pisado la Bolsa? no me vería en la que me veo.
El licenciado don Máximo permanecía totalmente confundido delante de aquel caso patológico, anunciando en cada visita el próximo fin de la paciente si el antiespasmódico que recetaba no la tornaba al instante sana y salva. Como doña Gertrudis no acababa de fallecer ni su extraordinaria enfermedad desaparecía, don Máximo llegó a perder enteramente la fe en ella.
El rayo se agitaba de un lado á otro, haciendo que la niña pareciera más ó menos confusa, ya como una criatura humana, ora como una especie de espíritu, á medida que el esplendor desaparecía y retornaba. Oyó la voz de su madre, y se dirigió á ella cruzando lentamente la selva. Perla no había hallado largo ni fastidioso el tiempo, mientras su madre y el ministro estuvieron hablando.
Palabra del Dia
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