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Ramoncito ya no podía sufrir más aquella pena de Tántalo a que la experiencia de su amigo le condenaba. No cesaba de mirar hacia el sitio donde éste y Esperancita departían. Poco a poco fué acercándose a ellos: concluyó por detenerse delante. Qué tal, Esperanza.... ¿Hace mucho que no ha visto a su amiga Pacita? El mismo lo comprendió así y se ruborizó al pronunciar estas palabras.

Veía a las jóvenes, con trajes claros, columpiándose en las mecedoras, los negros cabellos en trenza, adornados con alguna flor de vivos colores, mientras sus galanes, montados sin etiqueta en las sillas, departían con ellas en voz baja o les daban aire con el abanico.

Es decir, que sólo habían durado la «escampa» y el sosiego lo estrictamente necesario para que fuera Dios a la casona desde la iglesia, y volviera a la iglesia desde la casona; milagro patente en opinión de Facia, y no puesto en duda por los que departían con ella sobre el caso.

Y tomando de la mano á la desenvuelta morenita la llevó hasta la fila de los bailarines, en los cuales se produjo un movimiento de sorpresa y de gozo. ¡Viva D. Félix!... ¡Viva el capitán! exclamaron muchos. Y las viejas que estaban acurrucadas se pusieron en pie y los viejos que departían allá lejos se acercaron.

Yo me retiré poco a poco de la sala y me fui en busca de los sirvientes que departían el mismo tema en las habitaciones interiores de la casa; las mulatas y negras de la servidumbre cotorreaban a destajo sobre política. Solamente mi buen compañero Alejandro, un mulato que había estado al servicio de mi padre, guardaba silencio y mostrábase taciturno ante el alborozo de los demás.

Le había dado a leer algunas novelas francesas que traía, y sobre su argumento y el mérito de los autores departían largamente en la mesa escuchados por los otros que apenas sabían de qué se trataba. Y al cabo de algunos días le propuso hacer su retrato.

Durante el largo trayecto de algún punto a otro, departían calurosamente los expedicionarios sobre los azares de la elección, o discreteaban los acompañantes de nuestro candidato, o le pintaban muy lisonjero el desenlace de la campaña, con el fin de hacerle el viaje más divertido. Pero ¡ni por ésas!

Aunque se defendiese contra ella, el P. Gil no podía menos de sentir cada día más afición a este desgraciado. Una mañana departían los dos en el gabinete de la torre que servía de despacho y biblioteca. D. Álvaro había pasado toda la noche tosiendo. Estaba fatigado, molido. Al cabo de un rato cerró los ojos y se quedó traspuesto en la butaca.

En la casa no se escuchaba más que la conversación de los criados que departían ó altercaban en la cocina y el choque de la vajilla al ser limpiada. Después de permanecer un rato apoyada en la ventana, resolvióse á salir, no sin haberse procurado una sombrilla y tomar su álbum de dibujos y algunos lápices. Cuando salvó la huerta con ligero paso, el calor había alcanzado su grado máximo.

Por el camino iba pensando Roger, mientras sus dos compañeros departían animadamente, en la conversación que poco antes había tenido con el barón y se preguntaba si debió de haber completado su confesión revelándole que no era otra su adorada que la bella heredera de Morel. ¿Cómo hubiera acogido éste semejante declaración?