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Los bienes de madre son míos; ella me quiere con toda su alma y hará por los mayores sacrificios. No dude usted, pues, de que dentro de seis meses tendrá los ocho mil reales que ahora me preste, sin necesidad de que yo me venda para pagárselos.

En casa de Marmitón ponían en las nubes el milagro, y sólo en boca de Lituca eran comedidas las alabanzas y se refrenaban los plácemes, aunque bien los voceaban los ojos, como si la fuerza de una ley oculta impusiera aquella limitación a los impulsos de su alma; por el pueblo «se corrían» ya las noticias más estupendas a propósito de esta resurrección mía, y me colgaban, con lo cierto, planes y calendarios que jamás me habían cruzado por las mientes; teníanme, no ya por el continuador, sino por el reformador omnipotente de la obra tradicional de los Ruiz de Bejos, por un don Celso refundido y hasta mejorado, no solamente «en estampa y ropajes», sino también «en posibles y en magín»; por la noche iban a la casona los tertulianos con las ideas empapadas en estas fantasías, y me veía negro para rebajar muchas partidas de la cuenta galana y poner las cosas en su punto... En fin, que dentro de y en derredor mío era plácido y risueño todo lo que poco antes había sido triste y aflictivo y tenebroso.

Creo que tampoco he de morir por ahora. ¡Ay! ¡Si me viera usted!, tengo un fuego dentro de la cabeza... Me hierven aquí tantos pensamientos nuevos, tantas aventuras, tantos proyectos, que se me figura he de vivir lo necesario para que sepa el mundo que existe un D. Diego Afán de Ribera, conde de Rumblar. ¡Bueno, magnífico! Lo mismo era yo cuando niño.

Sábado 12, dieron fondo al anochecer dentro de la bahia de los Camarones en 25 brazas de fondo, arena menuda, á legua y media de tierra.

Recordaba las preces aprendidas en su niñez, y se deleitaba con las formas de religión, por pura novelería. Pero esta santidad de capricho no sofocaba, ni mucho menos, su orgullo dentro de la Iglesia. Más que el sermón ampuloso, más que el brillo del altar, más que la poesía del templo y las imágenes expresivas, la cautivaba el señorío que iba por las tardes a la Casa de Dios.

Y, sin embargo, los que la boca temerosa del artista había dejado escapar, y muchos otros que habían quedado dentro, a ella exclusivamente iban dirigidos. Mientras hablaba en pie y arrimado a la mesa con los papás y con Romadonga, sus ojos de pez, claros y fríos, no se apartaban de la gentil muchacha. ¿Gentil? , Presentación era una lindísima joven que acababa de cumplir los veinte.

El viejo pastor la sostuvo sin pestañear. El pintor se emparejó con la dama exclamando con risita irónica: ¡Parece que Eumeo sigue aborreciendo como antes a los pretendientes! Elena no dijo nada y siguió caminando con paso vivo hacia la casa. Una cólera sorda rugía dentro de su pecho y tenía miedo de dejarla estallar donde pudieran verla.

Deseaba conocer algo más que el eterno espectáculo de la capital vista por los tejados, y el río, en el que únicamente le permitían moverse dentro de un reducido espacio.

La belleza de esta mujer, tal como hoy se me manifiesta, desaparecerá dentro de breves años: ese cuerpo elegante, esas formas esbeltas, esa noble cabeza, tan gentilmente erguida sobre los hombros, todo será pasto de gusanos inmundos; pero si la materia ha de transformarse, la forma, el pensamiento artístico, la hermosura misma, ¿quién la destruirá? ¿No está en la mente divina?

Pero al comprender yo la ley que siguen, mi inteligencia se enseñorea de la ley como si la impusiera, porque mi voluntad coincide en tan elevado punto con la inteligencia y con ella se identifica. Dentro de esta ley, dentro de la amplia senda que siguen los sucesos, se mueve con holgura el libre albedrío del hombre, y caben determinaciones y hechos, que nosotros podemos modificar o producir.