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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Con sólo la natural vivacidad de la pasión, con una de aquellas ardientes palabras que el amor inventa y a ustedes los poetas no les cuesta mucho emplear, debía bastar para arrancarla de la ilusión que la seducía, para demostrarle que era inevitable la transformación de la amistad que la ligaba con usted, y a darle, con la previsión del mal, la idea de substraerse finalmente a una vida demasiado afligida por el dolor.
Sí, muy bien respondió Silas distraídamente. El canto, con su ritmo martillado, había resonado en sus oídos como una música extraña, completamente distinta de la del himno, y no podía de ningún modo producir el efecto que Dolly esperaba. Pero Silas quería demostrarle que estaba agradecido y lo único que se le ocurrió fue ofrecerle otro bizcocho a Aarón.
Adriana, para demostrarle que tampoco ella había puesto nada en olvido, le repitió algunas palabras que dijera Julio en aquella ocasión. Y se maravillaba de su propia sinceridad. ¿Sabe usted, agregó, que me dejó sorprendida la seguridad suya cuando se puso a imaginar el elogio de mi alma? Y le pareció advertir de nuevo, como entonces, que brillaba el amor en la mirada de Julio.
Quedó convenido entre la mayoría, casi la totalidad de los capellanes de la villa, que el excusador era un chicuelo sin peso ni formalidad, que había desprestigiado a la clase sacerdotal y que Dios sabe dónde pararía si el prelado no tomaba cartas en el asunto. Desde entonces no perdonaron medio todos ellos de demostrarle su desprecio.
Enamorado de ella, su compañero constante en Zurich, ¿no habría Zakunine abandonado a los impacientes agitadores, tanto por la enervante acción del amor cuanto por la persuasión que directamente ejercía sobre él la joven? ¿No se habría propuesto ésta hacer que el joven se desengañara, demostrarle la locura de las carnicerías inútiles? Estas suposiciones parecían verosímiles a Ferpierre.
Continué viviendo bastante cerca de ella para demostrarle que el partido que adoptaba era menos extremado y suficientemente lejos para dejarla libre y no imponerle complicidades de las cuales me ruborizaba. ¿Qué sucedió entonces en el espíritu de Magdalena? Juzgue usted. Apenas relevada del papel extraordinario de confidente y de salvadora, se transformó de súbito.
Al tiempo de salir, le dije: Muchas gracias, don Sabino, y cuente usted conmigo, que tendré gusto en demostrarle mi gratitud. Escribí otra carta a la hermana y le conté lo que había pasado con el capellán, y volví a protestar de mi inquebrantable adhesión.
Palabra del Dia
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