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Que te iga quién es, o que se lo yeven los demonios. ¡Mardita sea la suerte!... ¿Es que no podrá uno dormir?... El Nacional escuchó esta contestación al través de la puerta del cuarto de su maestro, y la transmitió a un peón del cortijo que aguardaba en la escalera. Que te iga quién es. Sin eso, el amo no se levanta. Eran las ocho.

Pero ¡qué demonios puede usted hallar en ella de apetecible hasta ese punto! exclamé entonces, verdaderamente asombrado. Lo que no hay en lo otro me respondió al instante. Pues no lo entiendo concluí. Ni es fácil me dijo muy sosegadamente , desde el punto de vista de usted, tan diferente del mío.

Los negros sacerdotes, comprendiendo por instinto que la libertad podría renacer del amor á la naturaleza, habían entregado la tierra á los genios infernales; habían puesto los demonios y los fantasmas en el mismo punto que antes ocupaban los dríadas y las fuentes donde en otro tiempo se bañaban las ninfas.

Estaba Sancho sentado sobre el estanterol, junto al espalder de la mano derecha, el cual ya avisado de lo que había de hacer, asió de Sancho, y, levantándole en los brazos, toda la chusma puesta en pie y alerta, comenzando de la derecha banda, le fue dando y volteando sobre los brazos de la chusma de banco en banco, con tanta priesa, que el pobre Sancho perdió la vista de los ojos, y sin duda pensó que los mismos demonios le llevaban, y no pararon con él hasta volverle por la siniestra banda y ponerle en la popa.

Un domingo llamaron. «Señorita, ahí está un hombre con barbas largas, muy aseñorado... y tiene la voz así, como respetosa». Miró Fortunata por los agujeros de la chapa. Era Ballester. «Dile que pase». Se alegraba de verle para saber lo que ocurría en la familia, y para que le contara por qué demonios andaba suelto Maxi por esas calles. De tan gozoso, estaba turbado el bueno del farmacéutico.

Los amores son la esencia de mi vida y los guardo en mi corazón como si fuesen una perla del Oriente. Estoy abrumado, estoy tan pronto rabioso como desmadejado, estoy que me llevan los demonios, porque, ante todo y sobre todo, soy un artista, y aquí, en esta ciudad, no se me comprende ni hace justicia. Por lo pronto, soy un maestro artista en zapatería.

Don Alonso esperaba junto a la puerta, y, para distraer su emoción, desviaba por momentos los ojos hacia una extraña pintura suspendida del muro: loca apariencia, de zodíaco infernal, lleno de condenados y demonios. Aquel monarca no precisaba del aparato de los tronos.

En ella un encantador evoca primero á dos demonios del infierno, sin pararse mucho en sus conjuros, que son groseros bastante, y en cambio oye palabras poco cultas y no pocas injurias; sin embargo, al fin los fuerza á obedecerlo, y á evocar las almas de los más célebres personajes de la antigüedad, como las de Aquiles, Escipión, Pentesilea y otros, que felicitan de lo lindo al rey por su heroismo y celo religioso.

28 El cual, cuando vio a Jesús, exclamó y se postró delante de él, y dijo a gran voz: ¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes. 30 Y le preguntó Jesús, diciendo: ¿Qué nombre tienes? Y él dijo: Legión. Porque muchos demonios habían entrado en él. 31 Y le rogaban que no les mandase ir al abismo.

Pero no sería extraño, porque ni tiempo he tenido para mirarme al espejo.... ¡Aquellos demonios de hijos! ¡Su padre que no tiene energía, que no sabe engañarlos!... no me los podía quitar de encima. ¿Pero Ana, qué es esto? ¿ aquí? pero feísima mía, ¿qué es esto? ¿qué bula tenemos?...