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Actualizado: 24 de julio de 2025
Entró, al fin, en razón, siguieron las negociaciones y después de disputar como mercaderes el tanto y el cuanto de la dote, se fijó al fin lo que había de ser, y Granate consintió en dar su mano de sapo a la niña más preciosa que Lancia guardaba por aquella época. Pero faltaba la más negra. Faltaba decírselo a ella.
¿La habéis dicho que sois su padre? dijo el bufón. No. Pues mejor. No he tenido necesidad de decírselo. Y has hecho bien: porque tú no eres su padre, sino una especie de animal monstruoso, que has sido la causa de su existencia.
Era sobre todo una amiga lo que ella necesitaba; por eso estamos todos muy agradecidos de que haga usted de esta querida niña una mujer cumplida. Esta opinión halagüeña salida de los altaneros labios de la condesa era preciosa porque la dama no las prodigaba; pero apreciaba a la institutriz en su justo valor y no temía decírselo.
Además, yo era más fuerte que él. Pasó Machín, subió las escaleras conmigo, entró en mi cuarto y se quedó mirando los libros de mi armario y los cuadros de las paredes, con gran curiosidad. ¿Vienen de casa de su abuela estos cuadros? preguntó. Sí. Quedó mirándolos de nuevo. Yo le contemplaba con marcada impaciencia. Usted dirá lo que quiere ... le advertí. Sí. Voy a decírselo a usted en seguida.
Esta terrible pregunta volvió a desconcertarme. ¿Sabe usted que no puedo decírselo? respondí, sonriendo hasta con las orejas. El administrador me miró gravemente de arriba abajo y estuvo un rato indeciso, tal vez dudando entre si era un loco, un guasón, o un tonto.
Hace sufrir el vértigo del infinito, lo mismo que cuando se mira arriba con el telescopio ó abajo con el microscopio. ¿Sabe usted cuántas combinaciones pueden hacerse con una baraja de cincuenta y dos cartas?... No sé cómo decírselo: ni el diccionario ni la aritmética conocen esta cifra por inútil, pues está mas allá de los cálculos humanos.
En resolución, le dije que no me aventuraba a decírselo a mi padre, así por aquel inconveniente como por otros muchos que me acobardaban, sin saber cuáles eran, sino que me parecía que lo que yo desease jamás había de tener efeto.
Aquí me tiene, querida Judit; me he apresurado a venir apenas he recibido la carta de usted. Y llevaba todavía en la mano la carta fatal y terrible. ¿Qué desea usted de mí? acabó diciendo el Conde. Lo que deseo... señor Conde... No sé cómo decírselo... pero ese billete... puesto que lo ha leído usted... si es que ha podido leerle...
Y comparando proceder con proceder, Anita encontraba abominable el del clérigo. Y le faltó tiempo para decírselo a don Álvaro. En tono confidencial, que al lechuguino le supo a gloria, le fue diciendo, cuando pudo hablarle sin que los oyeran: ¿Qué le parece a usted la conducta del Magistral? ¿Que le había de parecer a don Álvaro? ¡Abominable! ¿Pues qué era lo que él, don Álvaro, tenía dicho?
Calculó, por último, por el aire algo misterioso que tenían las desconocidas, por cierta inquietud que había creído notar en ellas, que la noche que estuvieron en los Jardines habían venido sin previa licencia del marido, improvisando aquella excursión en un momento en que él faltaba de casa, salva la prudente lealtad de decírselo luego para que aprobase y legitimase el hecho consumado.
Palabra del Dia
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