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Los grandes industriales han comprendido que debían ayudar a las víctimas de esta guerra, que sirvió para favorecerlos. ¿Viene usted a unirse a nuestras abnegadas hijas...? ¡Muchas gracias...! Entonces voy a indicarle el camino que deberá seguir. No se atenga usted demasiado a la parte práctica; nosotras formamos aquí mujeres capaces de suplir a los médicos cuando éstos se encuentran lejos.

Procuré también que a los corregidores y cabildos se les tratara con aquella atención que encargan las leyes, y que ninguna persona de ninguna calidad se atreviese a faltar al respeto debido a ninguno de sus individuos, haciéndoles conocer a éstos el modo con que debían portarse para no desmerecer las honras y distinciones debidas a sus empleos, y que yo quería se les guardasen como lo manda el Rey.

La duquesa recordó que, efectivamente, se le debían más de 600 francos. No llores más dijo . Aquí tienes algún dinero; ve a la panadería de la calle del Bac y compra un panecillo de Viena para el señor y para nosotros lo traes del otro. Llévate eso a la cocina; es el almuerzo del señor. Y Germana, ¿ya está levantada? , señora; el médico la ha visto a las diez.

El miserable huérfano, perdido en las calles y en los campos, desamparado de todo cariño personal y amparado sólo por las corporaciones, rara vez llena el vacío que forma en su alma la carencia de familia... ¡oh!, vacío donde debían estar, y rara vez están, la nobleza, la dignidad y la estimación de mismo. Sobre este tema tengo una idea, es una idea mía; quizás os parezca un disparate.

Ferragut pensó que así debían mirar las locas en sus grandes crisis. Hablaba entre dientes, con pausas de emoción, admirando la ferocidad de aquellas bestias, doliéndose de no poseer su vigor y su crueldad. ¡Ser así!... Poder ir por las calles... por el mundo, tendiendo las garras... ¡Devorar!... ¡devorar!

En el pensamiento antiguo cada hombre era un Dios que, aun siéndolo, no estaba bastante desprendido de la humanidad para no tener necesidad de alimento. No sólo, en ciertos días del año, se llevaba una comida a cada tumba, sino que los vivos debían tener fe en la presencia continua alrededor de ellos, de los muertos de su sangre.

¿Bardas de corral se te antojaron aquéllas, Sancho -dijo don Quijote-, adonde o por donde viste aquella jamás bastantemente alabada gentileza y hermosura? No debían de ser sino galerías o corredores, o lonjas, o como las llaman, de ricos y reales palacios. -Todo pudo ser -respondió Sancho-, pero a bardas me parecieron, si no es que soy falto de memoria.

Un día vi un grupito de personas que debían ser conocedoras discutiendo delante de un cuadro.

¿Qué eran esos monstruos de corteza elástica y que tanto daba de cuando la riqueza desbordante del mundo primitivo, donde no debían cuidarse de buscar nada, sumidos como estaban siempre en un mar vivo de alimentos, los hinchaban indefinidamente? De entonces acá han decrecido.

Porque ¿sabe usted cuál es el amor que sugería a usted esa moderación que usted cree inspirada por el amor respetuoso y obediente? ¡El amor dominante, egoísta! ¡Porque, esos placeres, de que usted gozaba, que le hacían prever otros mayores, debían a ella aterrarla!... Ella era también de carne y hueso, y al verse junto a usted se sintió sin fuerzas para resistir a la pasión exigente: ¡después, a solas con su propia conciencia, oyó su voz imperiosa!