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Actualizado: 11 de julio de 2025
A veces la carraspera le dificultaba el discurso; acercábase entonces a alguno de los braseros y espectoraba sobre las ascuas. Su grande amigo don Enrique Dávila, señor de Navamorcuende y Villatoro, escuchábale absorto y vibrante, con las pupilas inflamadas por la pasión, acabando casi siempre por dejar el asiento y plantarse a pocos pasos de Bracamonte, como hechizado.
Aquí otro, con la librea de los Dávila, soltando la lonja a un azor, le dejaba subir en los aires, para hacerle descender en seguida con presteza, agitando el señuelo en forma de codorniz. Ramiro observó con admiración aquellas aves sanguinarias, aquellos pájaros taciturnos y crueles, pavor de las raleas y únicos dignos de posarse sobre el guante de un rey.
En todas partes los avileses se señalaban por su don de mando y su saña en la lucha. Sancho Dávila, apellidado El rayo de la guerra, servía ahora de ejemplar a los flamencos. ¡Quién pudiera devolverme mi mocedad y darme algunos años de la vida gallarda y desembarazada del soldado! exclamaba el canónigo.
El gobernador Dávila había reunido, bajo las órdenes de don Miguel Dávila, muchos soldados de los de Aldao; poseía un buen armamento, muchos adictos que querían salvar la provincia del dominio del caudillo que se estaba levantando en los Llanos, y varios oficiales de línea para poner a la cabeza de las fuerzas.
Allí se había encontrado con don Enrique Dávila, encerrado ahora en el castillo de Turégano por la conspiración de los pasquines; con Valdivieso, con Heredia, con los hermanos Verdugo, con Antonio Muxica, y muchos otros conocidos, sin exceptuar a Gonzalo y Pedro de San Vicente.
Don Miguel Dávila, reuniendo algunos de los suyos, acometió denodadamente a Quiroga, a quien alcanzó a herir en un muslo antes que una bala le llevase la muñeca; en seguida fué rodeado y muerto por los soldados. Hay en este suceso una cosa muy característica del espíritu gaucho.
Oyose entonces un ruido claro de papeles, y don Enrique Dávila leyó el histórico pasquín.
Anton García, T. de seda 1514 Alonso Nuñez, T. de raso 1534 Hernando Dávila, T. de tocas idem Juan del Castillo, T. de damascos idem Alonso de Carvajal, Cristóbal Alameda y Bartolomé Barrasa, Ts. de terciopelo idem Antón Ramirez T. de oro y sedas idem Virgilio Ximénez, T. de mantos idem Juan de Illescas, T. de oro tirado idem Lucas Sánchez, T. de randas 1548 Pedro de Espinosa, T. de terciopelo 1555 Juan de Arva y Manuel Fernándel, Ts. de tafetán 1575 Diego de Lara, T. de buratos idem Diego de Agüero y Diego de la Cruz, Ts. de brocados 1576 Francisco Pérez de Morales, T. de damasco y terciopelo. 1598
En esta brillante jornada dieron heróicas pruebas el general Urdaneta, el coronel Florencio Palacios, el teniente coronel Manuel Manrique, los capitanes Campo Elias, Briceño, Ribas Dávila, Villapol, Mateo Salcedo y otros varios republicanos. Los soldados merecieron gracia de su jefe, que hizo de todos los mayores elogios en el parte detallado de esta brillante accion.
El recogimiento extremaba su fiebre. No contaba con un solo compañero de su edad. Desde temprano, a pesar de la oposición de su madre, buscó el trato de algunos mancebos. Llegó a conocer a un Núñez Vela, a un Valdivieso, a los dos hermanos Rengifo, a Diego Dávila, a Nuño Zimbrón.
Palabra del Dia
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