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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Todos corrieron a su encuentro, y Jacobo el primero; mas antes, deteniéndole Currita por el brazo, con familiaridad de prima cuarta de su esposa legítima, le dijo: ¿Nos veremos, Jacobo?... Quiero presentarte a Fernandito... Vivimos en el segundo piso, número 120. La duquesa se inclinó al oído de Leopoldina, diciendo: ¿Oyes?... Quiere presentarlo a Fernandito.
¿Sí?... Pues veremos si su marido de usted lo niega igualmente, cuando todos los periódicos de Madrid publiquen esta carta. Y el buey Apis sacó una de su bolsillo, que puso extendida ante los ojos de Currita, como si pretendiese cumplir su bestial amenaza de refregársela por los hocicos.
La duquesa de Bara contestó una indecorosa paparrucha, mirándole con desprecio; las señoras se echaron a reír, y Currita exclamó muy admirada: ¿Pero es ese Jacobo?... ¡Dios mío! Si me estaba pareciendo desde aquí Byron en persona, mi poeta querido... ¡Qué semejanza tan exacta!...
Currita se detuvo un momento en el dintel, sin perder su aire de niña tímida, de ingenua colegiala; oyó el himno, vio a Gorito, abarcó la situación con una sola y rápida ojeada... y dobló de repente el cuerpo con distinción exquisita, para contestar al saludo amadeísta con otro saludo de corte, profundo, pausado, a la derecha, a la izquierda, poniendo en elegantísima caricatura la ceremoniosa reverencia usual de la reina doña María Victoria.
Al día siguiente no se hablaba de otra cosa en Madrid que de la ovación de la Jesup, de su importuno estornudo y de los guantes de Currita; nadie se acordaba ya del nombramiento de camarera, ni de la muerte de Velarde, ni del registro de la policía.
Faltábale todavía el sello, y púsoselo Currita sonriendo socarronamente, y cuidando de colocar con la cabeza para abajo el busto del rey don Amadeo. Afianzólo luego con dos o tres puñaditas de su cerrada mano, que parecía complacerse en aplastar al pobre monarca, principio y fin de la dinastía saboyana.
Currita le miró con ese sentimiento de terror que inspira a las altas horas de la noche todo lo que suponemos extraño o misterioso, y escondióse más en el fondo del coche. En la esquina misma de Recoletos cruzóse el hombre del levitón con otro que venía apresuradamente de aquel mismo sitio; asomóse Currita al vidrio trasero y el corazón le latió con fuerza...
Disponíase, pues, el respetable diplomático en aquella mañana del 26 de junio a esta operación importantísima, cuando le pasaron precipitadamente el recado de Currita.
Muchos y graves sucesos habían tenido lugar desde que al terminar el libro anterior dejamos a Jacobo camino de Italia, hasta que hemos vuelto a encontrarle en la carretera de Guipúzcoa, guiando, al lado de Currita, el mail-coach con seis caballos.
¡Qué delicia! exclamó Currita . Pues cuando den la Jarretière al yerno, ya puede el suegro regalarle la media. De seguro que las habrá él anunciado en la Presidencia al terminar su discurso, como aquel preacher yanqui que terminó su sermón: «Ya os he demostrado, mis buenos hermanos, que sólo por la virtud se gana el cielo.
Palabra del Dia
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